Los accidentes cerebrovasculares (ACV) son un importante problema de salud pública a nivel nacional e internacional. Actualmente, en nuestro país los ACV son la primera causa de muerte y de discapacidad en la población adulta. En el año 2013 se estimó que los ACV producen 9.004 muertes anuales, lo que corresponde a una persona por hora.
Los ACV se producen por una interrupción del suministro de sangre, lo que origina una interrupción del suministro de oxígeno al cerebro, ya sea por una obstrucción (isquémico) o por una ruptura de un vaso sanguíneo que provoca una hemorragia (hemorrágico). Algunos de los síntomas son la aparición súbita de: debilidad o torpeza de un lado del cuerpo, dificultades en la visión, dolor de cabeza severo, vértigo o inestabilidad, alteraciones del habla y/o lenguaje.
Si bien pueden ocurrir en cualquier persona, existe una serie de factores de riesgo que contribuyen a la presencia de ACV. Los factores más frecuentes son el tabaquismo, la obesidad, la diabetes mellitus y la hipertensión arterial. Estos factores pueden ser controlados si se adoptan hábitos de vida saludable y se cumple en forma estricta los tratamientos médicos.
Dentro de las consecuencias que puede presentar una persona con ACV se encuentran los trastornos de la deglución (disfagia), las alteraciones del lenguaje y/o habla (afasia o disartria) y las alteraciones motoras (parálisis o debilidad).
La principal complicación es la disfagia, que corresponde a una alteración en la deglución. Se estima que más del 50% de las personas con ACV pueden presentar esta dificultad y dentro de sus características se encuentra la dificultad para tragar alimentos, líquidos e incluso, en los casos más severos, la saliva. Esta condición puede producir deshidratación, malnutrición e incluso neumonía por aspiración -infección pulmonar resultado de un episodio agudo o crónico de aspiración de alimentos o secreciones orales-. Por ello, es una condición potencialmente mortal y requiere de cuidados de salud importantes. Un paciente que presenta neumonía aumenta en 3 veces el riesgo de muerte.
Otra de las dificultades que pueden presentar los pacientes son los trastornos de habla y/o lenguaje. Según las cifras entregadas por el Ministerio de Salud (MINSAL) los trastornos de la comunicación están presentes en un 40% de las personas que sufren un ACV en la etapa aguda. Dentro de estos trastornos los más comunes son las afasias y las disartrias.
La afasia es un trastorno del lenguaje adquirido que se caracteriza por alteraciones en la expresión y comprensión del lenguaje oral y escrito. Se estima que la incidencia de las afasias en las etapas agudas del ACV oscila entre un 20% y un 38%.
Por otra parte, la disartria es un trastorno motor del habla que se caracteriza por dificultades en la ejecución de los movimientos necesarios para el habla. La persona puede presentar alteraciones en su voz, en la respiración y en la capacidad de articular las palabras. Según estudios de la Clínica Mayo, las disartrias están dentro de los trastornos más frecuentes que
afectan la comunicación. Ha alcanzado una prevalencia del 54% y ocurre en un 25% de las personas que sufren un ACV.
Es importante considerar que estas secuelas, en muchos casos, continúan una vez que las personas son dadas de alta de los servicios de salud. Una vez que vuelven a sus hogares, tanto la persona afectada como sus familias, deben manejar el impacto que provoca el trastorno del lenguaje y/o habla en la vida diaria. Por ello, es común observar que las personas con afasia y/o disartria vean afectada su calidad de vida por restricciones en su participación social, laboral y comunitaria. Además, debido a la poca información que existe sobre estos trastornos en la población, es común que quienes rodean a las personas con afasia y/o disartria tiendan a pensar que están frente a una persona con alteraciones de tipo psíquico y/o intelectual. Ello genera creencias erróneas en torno a las capacidades que tiene el usuario para retomar sus roles previos.
El rol del fonoaudiólogo en el abordaje de las personas que sufren ACV incluye la evaluación y tratamiento tanto de los trastornos que afectan la deglución como de aquellos que comprometen la comunicación. En relación a la deglución, el fonoaudiólogo es el profesional encargado de evaluar y proveer de una terapia acorde al requerimiento de cada paciente, enseñando estrategias que le permitan alimentarse en forma segura y eficiente. Además debe educar al paciente y a su familia – o cuidador – respecto a cómo debe alimentarse el paciente en el hogar.
En cuanto a los trastornos de la comunicación, el fonoaudiólogo evalúa las habilidades conservadas y alteradas en el usuario. Además, realiza un tratamiento acorde a las necesidades comunicativas de cada persona, por medio de líneas de intervención que permitan reactivar procesos dañados y/o compensar las alteraciones para cumplir con los requerimientos de la persona.
La atención que realiza un fonoaudiólogo involucra al paciente, a la familia y a su entorno. Debe educar y guiar las adaptaciones necesarias para que la persona pueda insertarse en su hogar, trabajo y/o comunidad, promoviendo su participación social. También debe evitar consecuencias negativas a nivel psicosocial como es el aislamiento, la pérdida de la actividad laboral y/o de las relaciones interpersonales.
Por lo anterior, es importante la inclusión del fonoaudiólogo como profesional de la salud no solo en las unidades que atienden a los pacientes en etapas agudas, sino también en los servicios que atienden a las personas de manera ambulatoria, tales como consultorios de atención primaria de salud, centros comunitarios de rehabilitación, centros de salud familiar, entre otros.
Radio Chile
18/11/2018