La enfermedad de Alzheimer es el tipo de demencia más frecuente. Es una entidad que aumenta su prevalencia en el mundo de forma acelerada. Según Miguel Germán Borda, médico investigador del Instituto de Envejecimiento de la Pontificia Universidad Javeriana, se estima que en el mundo hay más de 35,6 millones de personas afectadas, con proyecciones que indican un aumento a 150 millones para el 2050.
De igual forma, en Colombia el estudio Sabe (Salud Bienestar y Envejecimiento) reportó que el 9,4 por ciento de las personas de 60 años o más sufren de demencia. También se ha establecido que en cuanto a costos del sistema de salud, cada persona con este diagnóstico requiere desde el comienzo hasta su muerte recursos cercanos a los 100 millones de pesos.
Borda explica que es una enfermedad que se presenta más en personas mayores, por lo que es más frecuente en mujeres, por su tendencia a vivir más. Y es una enfermedad irreversible, progresiva y de inicio insidioso, que en sus etapas iniciales puede no ser detectada por el paciente o su familia, por lo que muchas veces es catalogada erróneamente como algo normal asociado a la edad avanzada.
En este sentido, Borda insiste en que si bien en la tercera edad puede haber cambios leves en la atención, disminución de la velocidad del procesamiento de la información y pequeñas fallas en la memoria a corto plazo, pueden ser normales al envejecer; claro está, siempre y cuando la persona no experimente disminución en la capacidad para realizar actividades de la vida diaria como manejar el dinero, perder las llaves y manejar la seguridad del hogar, o tareas como el aseo personal o alimentarse, entre otras.
Los primeros síntomas
El Instituto de Envejecimiento de la Universidad Javeriana indica que el primer síntoma identificable que suelen presentar las personas con enfermedad de Alzheimer es la pérdida de la memoria, que inicialmente puede ser muy sutil en aspectos relacionados a cosas que ocurrieron recientemente, tales como lo que se comió en el desayuno o dónde dejó las llaves.
“Posteriormente, empiezan a aparecer dificultades para aprender cosas nuevas y la tendencia a preguntar muchas veces lo mismo, o a repetir historias una y otra vez porque la persona olvida que ya las contó”, dice el instituto en sus estudios.
Sin embargo, insiste Borda, pueden aparecer cambios más sutiles de manera temprana como modificaciones en la alimentación; y variaciones en los gustos, en el estado de ánimo y en el sueño, que indican que la enfermedad está apareciendo sin llamar mucho la atención.
“Si esto hace su aparición, hay que consultar y más si se merma la velocidad al caminar y la capacidad para realizar dos tareas a la vez, porque esto ya son indicios serios”, agrega el investigador.
Desafortunadamente, es frecuente que estas personas no sean evaluadas en etapas tempranas y su diagnóstico se hace ante la presencia de síntomas avanzados como la desorientación (se pierde en el barrio o, incluso, en su propia casa), las fallas en la memoria a largo plazo (no recuerda el nombre de personas conocidas como sus hijos), las alteraciones en el comportamiento (apatía, depresión, agitación, agresividad, alteración en la higiene, conductas inadecuadas) y la alteración en el lenguaje.
También la incontinencia urinaria o fecal, condiciones que, según los expertos, complican el tratamiento adecuado y ensombrecen el pronóstico.
Sin cura, pero se controla
Borda y García coinciden en que a pesar de no existir una cura contra la enfermedad de Alzheimer, existen múltiples tratamientos farmacológicos y no farmacológicos encaminados a detener la progresión, educar en el cuidado y guiar a la persona afectada, sus familiares y cuidadores en pro de brindar herramientas para que la persona con alzhéimer tenga una vida digna y una adecuada calidad de vida.
“Es de suma importancia detectar los cambios sugestivos de forma precoz, y es más relevante aún controlar los factores de riesgo modificables para evitar la aparición de esta enfermedad”, dice Borda.
El Tiempo
29/09/2018