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La dislexia es uno de esos trastornos que a veces parecen olvidados por aquellos que no lo viven de cerca. Aunque no existen datos exactos, los expertos estiman que alrededor de un 20% de la población en España sufre dificultades de aprendizaje que afectan a la lectoescritura. Una alteración de la capacidad para leer por la que se confunden o se altera el orden de letras, sílabas o palabras, causando grandes dificultades a aquellos que la padecen.
Christian Boer, diseñador gráfico afectado por la dislexia, decidió poner su particular granito de arena para facilitar la vida a aquellos que, como él, viven reñidos con las letras. De pequeño, creció rodeado de todas aquellas dificultades que entraña sufrir el trastorno. “En clase, pensaba en excusas sobre por qué me estaba costando tanto, que estaba cansado o que simplemente no era mi día”, explica el holandés. “Pero cuando todos los demás terminaban y yo solo iba por la mitad de la página, comenzaba a dudar de mí mismo. Empiezas a pensar: ‘¿soy estúpido?’”, se cuestionaba.
Boer tenía 6 años cuando le diagnosticaron dislexia. Gracias a su empeño, esfuerzo y dedicación, logró graduarse como diseñador gráfico en 2008. Lo hizo, además, con un proyecto muy personal y especial con el que ponía sobre la mesa una solución para reducir el impacto de aquel trastorno que le había acompañado desde su infancia. En las postrimerías de la carrera en la Universidad de las Artes HKU, en Holanda, decidió aprovechar los conocimientos adquiridos para crear Dyslexie, una tipografía diseñada por él mismo y pensada para aquellos que sufren dislexia.
El holandés construía así una fuente particular, que evita la duplicación, el giro, el intercambio y el apiñamiento. En base a su propia experiencia como disléxico, fue modelando un estilo de letras con formas que le ayudaban a tener mayor fluidez en la lectura. A diferencia de las fuentes más convencionales, la Dyslexie es muy asimétrica. En lugar de mantener las letras en un tamaño uniforme, por ejemplo, algunas tienen líneas más largas que destacan con mayor claridad en las palabras. Algo que facilita la tarea.
“Tradicionalmente, en el diseño tipográfico, hay ‘reglas’ que dicen que es mejor hacer las letras lo más uniformes posible”, explica Boer. Él, sin embargo, rompió con algunas bases comúnmente aceptadas. Una de las modificaciones más importantes fue hacer la parte inferior de las letras mucho más voluminosa, siendo más macizas en la base. “Estas formas se basan mucho más en la escritura a mano que otras fuentes”, afirma orgulloso de su obra. Algo que responde a las necesidades observadas. Y es que muchas personas disléxicas leen más fácilmente textos escritos a mano que tipografías.
Una vez terminado el proyecto, ni tan siguiera él fue muy consciente de la relevancia real de su aportación. “Inicialmente pensé que probablemente la usaría en mi propio ordenador para ayudarme cuando empezara a trabajar”. Pero aquella nueva herramienta podía ayudar a mucha más gente. Personas que llevaban su problema en silencio. “No sabía que hubiese tanta gente allá afuera sufriendo de dislexia”, admite tras implementar su tipografía.
Su implicación, diseñando la nueva tipografía, no queda solamente en presentar una herramienta válida que mejore y facilite la vida a los disléxicos. Más allá del reconocimiento recibido, su proyecto sirve, a su vez, para evidenciar la necesidad de abordar esta cuestión. Poner sobre la mesa un trastorno que afecta a más gente de la que parece haber consciencia.
A sus 36 años, el holandés ha sabido afrontar las barreras que ha encontrado en su camino, intentando reducir los obstáculos. “Me hubiese gustado tener algo así cuando era más joven”, confiesa el propio Boer. Su ejemplo quizás sirva para que lleguen nuevos avances desde otras disciplinas que ayuden a aquellos que sufren la dislexia en primera persona.
La Vanguardia
27/02/2018