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Entre el 10 % y el 15 % de la población tiene dislexia. Muchas de las personas que sufren esta alteración no son diagnosticadas en la etapa educativa y llegan a la vida adulta sin ser tratadas. Si este trastorno dificulta el aprendizaje durante los años de escolarización, ¿es más difícil combatirlo cuando un disléxico es diagnosticado cuando es adulto?
La dislexia es un trastorno del neurodesarrollo crónico. Según un informe del Gabinete de Psicología del Centro de Intervención Conductual, las personas con esta alteración sufren síntomas emocionales debido a los obstáculos y las frustraciones que se encuentran en la vida cotidiana. Esto es especialmente grave en el caso de los disléxicos adultos, que han tenido que pasar todo el proceso de aprendizaje sin que se les haya tratado y, por consiguiente, con una falta de apoyo y de recursos.
María Garau, profesora colaboradora del máster de Dificultades y Trastornos del Lenguaje de la UOC, asegura que cuando la dislexia se diagnostica en la etapa adulta, la persona afectada normalmente ha sufrido fracaso escolar y, como consecuencia, problemas de autoestima y de motivación.
De hecho, según Andrea Palacio, también profesora colaboradora del máster de Dificultades y Trastornos del Lenguaje de la UOC y neuropsicóloga del Hospital Sant Joan de Déu, a menudo cuando a un adulto le diagnostican dislexia es porque primero la han detectado en su hijo. «Hay entre el 30 % y el 50 % de probabilidades de heredar la dislexia», asegura Palacio. Concretamente, se ha encontrado la presencia de este trastorno en el 23-65 % de padres de niños disléxicos y en el 40 % de hermanos.
Aunque la sintomatología de la dislexia no empeore a lo largo de los años, los investigadores apuntan que hasta la edad de ocho-nueve años existen tratamientos reeducadores con eficacia científicamente demostrada. «La terapia en la infancia tiene más impacto cualitativo en la vida del paciente gracias a la plasticidad cerebral (la capacidad del sistema nervioso para cambiar)», afirma Garau, que también trabaja como neuropsicóloga en la Unidad de Trastornos de Aprendizaje Escolar (UTAE) del Hospital Sant Joan de Déu.
La tecnología, la principal aliada de los disléxicos
Palacio asegura que en la etapa adulta «no tiene sentido» hablar de cómo puede combatirse la dislexia, sino que hay que hablar de cómo deben utilizarse «estrategias compensatorias» para afrontarla. Se trata de mecanismos para mejorar las capacidades funcionales del disléxico teniendo en cuenta su nivel lectoescritor. Algunas prácticas pueden ser, por ejemplo, el uso del corrector ortográfico y el de lectores informáticos para compensar la falta de fluidez lectora. «Gracias a las nuevas tecnologías, los disléxicos pueden llevar a cabo todo tipo de tareas sin que tengan miedo a sus limitaciones», explica Garau.
Sin embargo, las estrategias compensatorias hay que aplicarlas siempre de forma individual según las necesidades de cada persona. «No tiene que aplicar los mismos mecanismos una persona que se dedica al diseño gráfico que una que trabaja como periodista», ejemplifica la neuropsicóloga.
Un estudio de BMC Public Health refleja que los disléxicos suelen preferir un entorno de trabajo «flexible» porque les permite controlarlo y escapar de «esquemas corporativos y con estructuras rígidas». De hecho, Garau puntualiza que, en la práctica clínica, las personas afectadas por ese trastorno se decantan por profesiones «más creativas», porque se encuentran más seguras con todo lo que está «alejado de la lectura y la escritura».
«Ahora bien, el trastorno disléxico en ningún caso es un inconveniente a la hora de encontrar trabajo, ya que todo disléxico puede acceder a cualquier puesto de trabajo en el que se sienta cómodo, incluso puede ocupar altos cargos directivos o políticos», añade. El problema es que las personas que no están diagnosticadas se han visto obligadas a «rebajar» sus expectativas profesionales ante la dificultad de tener que adaptarse a un entorno no adaptado para los disléxicos.
La importancia de la familia a la hora de afrontar el diagnóstico
La dislexia, además de tener efectos en el ámbito laboral, también puede afectar al entorno personal. Un disléxico puede ser reacio a leer un texto en público o enviar un mensaje escrito mediante el teléfono móvil por miedo a cometer muchas faltas de ortografía. Sin embargo, también hay disléxicos que han podido asumir positivamente las dificultades y han encontrado la manera de afrontarlas.
Se ha demostrado que uno de los factores que ayudan a disminuir el impacto de la dislexia en la vida cotidiana es el apoyo de la familia. La publicación Aging Ment Health señala que el acompañamiento familiar promueve la autoestima de los disléxicos. «A la vez, los anima a afrontar el estrés emocional que significa el diagnóstico en la edad adulta», concluyen las dos expertas.
Levante
20/11/2017