En las paredes de las habitaciones de los adolescentes que ingresan en el centro de menores Recurra-Ginso, las fotos de sus padres están colgadas con un trozo de cinta tapando sus rostros. Uno de los ejercicios que realizan durante su estancia en el centro es escribir su biografía, los responsables recogen folios mojados. «Los chicos lloran porque quieren querer a sus padres, pero no saben cómo hacerlo», confiesa Javier Urra, psicólogo, escritor y forense en la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y Juzgado de Menores desde 1985.
Al finalizar su conferencia en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), Urra relata a ABC las consecuencias que acarrea el «Síndrome del Emperador», un problema que, sólo en España, se ha duplicado en los últimos cinco años. Las denuncias de padres a hijos ante la justicia han pasado de las 2.500 emitidas en 2012 a las 5.000 de la actualidad. El 60% de los casos los destinatarios de las denuncias son hijos varones. Las mujeres que agreden son un 40% y, según los expertos, la violencia es sobre todo psicológica. En el caso de los padres, los datos indican que la madre sufre las agresiones de los hijos en un 100% de los casos.
«Cuando no se ponen límites se gesta el pequeño dictador, que se ensaña con la figura materna. El padre no suele intervenir hasta la adolescencia del menor, cuando las agresiones pasan a ser físicas y el problema los ha desbordado», informa Javier Urra. En el momento en que los padres acuden a los centros o reclaman ayuda ante la justicia el problema ya es difícil de reconducir y necesitan ayuda profesional. La violencia se manifiesta en todas las formas posibles: de la agresión psicológica a la física pasando por el robo y la rotura de objetos.
Urra consideró la posibilidad de abrir una biblioteca en su centro, pero desechó su idea porque con el paso del tiempo se dio cuenta de que sus internos eran jóvenes que llevaban buenos volúmenes y tenían una excelente formación. Los «emperadores» no pertenecen al lumpen ni a familias desestructuradas, son jóvenes de todos los extractos sociales.
Los padres callan. Se avergüenzan cuando suena una noticia en un bar sobre una agresión y al otro lado de la barra dicen «la culpa es de los padres que se desentienden». Se avergüenzan cuando denuncian porque se sienten culpables de no haber sabido educarlos. Se avergüenzan también cuando sus hijos los culpan por haberlos traído al mundo sin saber ejercer de padres. El psicólogo niega que esto sea así, hay padres, dice, sobradamente preparados y comprometidos y no siempre es culpa de ellos.
Cuando Javier Urra pregunta a los progenitores si creen que sus hijos los quieren nace un silencio incómodo: «A su manera», responden la mayoría. Muchos padres atraviesan varias comunidades autónomas tres veces al mes para ver a sus hijos. Ese mismo día, los jóvenes se pasan horas engalanándose para la ansiada reunión, pero cuando se encuentran «es como la nitroglicerina», dice Urra. El forense llama a esto la «patología del amor» y lo explica con una sencilla metáfora entre dos imanes: «Se repelen y es imposible unirlos, pero si los pones en posición correcta se atraen».
Impedir que el niño se convierta en un tirano es aparentemente sencillo, basta con detectar los imperativos, la ira y el egoísmo exacerbado del menor antes de que empiece a crecer el dictador que disfruta viendo cómo sus padres se doblan ante él. La violencia comienza, según el psicólogo, con una mirada desafiante, continúa con el maltrato psicológico y desemboca –aunque no siempre- en el maltrato físico. Para Urra, ningún hijo está exento de convertirse en un maltratador cuando no se ponen límites y se cede ante su voluntad porque se les acostumbra a ser los dueños de quienes los rodean. «Si siempre que da una orden se le consiente, si cuando pide algo se le da, si cuando empieza a exigir de forma violenta se cede, él piensa que es lo que tiene que hacer y la conducta irá "in crescendo».
La disciplina, indica el experto, es necesaria en una sociedad que se ha vuelto «blandita» y en la que los padres temen a los hijos y los profesores a los padres. La herramienta más importante para evitar este tipo de conductas es la educación. Educar al niño en que no puede tener todo en la vida, «ni ahora ni en el futuro», porque «los jóvenes están recibiendo el mensaje erróneo de que pueden conseguirlo todo y no es verdad», dice Urra. Esto es el germen de su egoísmo y les origina unas frustraciones enormes.
Por otro lado, explica, conviene educarlos en la espiritualidad, no necesariamente religiosa: «acostumbrarlos a mirar las estrellas, a que se pregunten cosas, a que quieran encontrar sentido al mundo». También recomienda que socialicen y tengan contacto con la naturaleza y no vivan recluidos en su habitación con la única ventana de las nuevas tecnologías.
«Hay un elevadísimo porcentaje de jóvenes que se suicidan y tienen depresiones, deberíamos preguntarnos por qué pasa eso», recuerda el experto. Recomienda una educación realista que no se centre en lo bueno, enseñar todas las vertientes de la realidad para que los chicos entiendan su situación en el mundo: «No se les prepara para la muerte. Hay que enseñarle al niño que todos vamos a morir para que no le teman. Llevarlos a una residencia de ancianos a ver a sus abuelos y que noten que huelen a orín. Llevarlos a un hospital donde haya niños con cáncer terminal y que sepan que la mayoría no van a salir del hospital. Eso es la realidad. La vida no es idílica».
Es fundamental para una correcta educación, según el forense, que se debe basar en unos objetivos que den a los jóvenes una razón para vivir y motivos por los que luchar. De esta manera, verán sentido a la vida y tendrán un aliciente para hacer las cosas bien.
La violencia engendra violencia
Entre los testimonios de los chicos, gran parte de los varones dicen haber sufrido acoso escolar y confiesan que al llegar a casa se empoderan ante una familia que les quiere para desahogar su frustración con más violencia. Otros, los menos, cuentan haber convivido con las agresiones entre sus progenitores en su núcleo familiar. Algunos de ellos condenan la violencia que ejerce su padre contra su madre, sin embargo, la repiten cuando tienen ocasión. Las chicas, en cambio, confiesan sentirse atadas a su cuerpo y presionadas en la adolescencia por sus parejas para tener relaciones sexuales. Entre las confesiones habituales está la de: «No quería hacerlo, pero si no me acostaba con él acabaría dejándome por otra». La mayoría de las jóvenes sienten complejos por su cuerpo y sufren en algún momento trastornos alimentarios. Un entorno violento para respuestas violentas.
Algunas páginas de internet se aconsejan auténticas perversiones para frenar las conductas violentas. Urra confiesa haber recibido a chicos que acostumbraban a autolesionarse haciéndose pequeños cortes. Buceando en internet encontró la respuesta: En algunos foros recomiendan la autolesión para frenar las agresiones a terceros: «Violencia para parar la violencia, esto es fatal», aclara el psicólogo.
Futuro negro para la violencia de género
Javier Urra presagia un futuro muy negativo para la violencia de género porque, según él, «educamos a una sociedad queriente, no a ciudadanos». Cuando un joven interioriza el pensamiento de que su madre es suya y por ello le puede llegar a pegar, el día de mañana va a quererlo todo de su pareja, la sentirá como a una propiedad, y cuando no lo tenga a repetir esta conducta.
ABC
28/08/2017