La boca se abre más que de costumbre. Aspiras las eses. No usas la de, o la usas menos. Es como si tu lengua materna se hubiera quitado los tacones, el sujetador, la corbata. Te sientes más libre. Estás de vacaciones. Estás en tu pueblo. En cuestión de horas, has recuperado el acento del lugar. Ya sea porque pasaste tu infancia ahí o porque te lo contagiaron tus padres, ese acento que neutralizas en la ciudad asoma a la misma velocidad a la que desaparecerá cuando te marches. Te preguntas qué ha pasado, cómo ha vuelto, si es involuntario o si estás imitando a la gente. Entre tantas dudas, es probable que te sientas bien: eres parte de un grupo que te recuerda hablando así.
Aquellos que adoptan y se deshacen de acentos con mayor rapidez van sembrando dudas: ¿estarán actuando? Es posible que sí, pero gran parte de las investigaciones apuntan a que se trata de una imitación que favorece el acercamiento, la comprensión, la empatía y la aceptación. Esta actitud no tiene por qué ser consciente. Así lo considera Victoria Marrero, profesora de Lingüística y Fonética en la UNED.
“Más que una imitación, estamos ante un proceso de adaptación o acomodación al interlocutor”, aclara Marrero. La adopción de ciertos rasgos del interlocutor es, para esta lingüista una “tendencia natural” que nos permite “reducir las diferencias y facilitar la comunicación”.
A los seis meses, los bebés comienzan a “guardar un mapa de sonidos” que permite que, aunque se pierda el acento, pueda regresar. Esta vuelta puede ocurrir tanto al regresar al lugar de origen como al hablar con personas de la misma región. Como escribió el profesor de psiquiatría y bloguero en The Washington Post Keith Humphreys, su acento nativo no solo reaparece cuando vuelve al sudoeste de Virginia, sino también cuando habla por teléfono y cuando practica en voz alta la conferencia que debe pronunciar en ese lugar.
Reconocimiento y distinción son las funciones sociales que estarían detrás de estos cambios. “Cambiamos de acento porque no queremos que se nos vea como un extraño; queremos ser reconocidos en el nuevo grupo. Lo hacemos por cuestiones adaptativas, pero también para ser reconocidos”, dice el antropólogo Andreu Cañadas, que estudia las identidades locales.
Hablar como se habla en el pueblo no solo responde a una mayor libertad y o aceptación. Según Marrero también nos ayuda a aumentar nuestra sensación de pertenencia a un grupo. Y eso hace que aumente la de seguridad.
Un estudio publicado en 2010 en Phsychological Science concluyó que “imitar” el acento de la persona con la que estamos hablando nos permite comprenderla mejor. Según la investigadora especializada en temas de lenguaje Patti Adank, coautora del estudio, podría ser una modulación inconsciente de la voz, no algo voluntario. Adoptar otros acentos y abandonar el propio nos permite un mayor acercamiento y comprensión. Pero, ¿cambiaríamos de acento según la situación si todos tuvieran la misma aceptación?
¿Qué ocurre si el que vuelve al pueblo no recupera el acento de la zona? Cañadas dice que, en este caso, es el estatus que queremos marcar el que impide que regrese. Nos decantamos por una manera de hablar o por otra por muchos factores. Las cuestiones territoriales (dónde están las capitales y las universidades), recuerda Cañadas, son clave en este sentido.
“Quien vuelve al pueblo y ya no se siente de ahí, por intentar darse lustre y demostrar que ha adquirido cierta formación, puede ser que use el nuevo acento de forma distintiva”, añade Cañadas. Y lo compara con regresar conduciendo un coche de lujo. El complejo de inferioridad de hablantes no castellanos está ampliamente estudiado. Entre canarios y aragoneses, especialmente, se ha tendido a infravalorar la variante local en favor de la estandarizada, según varios estudios realizados en estas zonas. En este sentido, el andaluz es el gran perjudicado.
El prestigio es, según Marrero, uno de los factores más relevantes a la hora de adquirir, mantener o perder un acento. “Tendemos a imitar modelos que consideramos socialmente más prestigiosos que el nuestro; pero existe un prestigio manifiesto, que es el que se asocia a la modalidad socialmente favorecida, y un prestigio encubierto, aquel que nos define como parte del grupo”, detalla la profesora.
“Cuando usamos una variedad lingüística prestigiosa estamos siendo educados con el interlocutor y, además, se marca el prestigio propio como una forma de reclamar respeto”, apunta Marrero, a propósito de aquellos que esconden su acento de origen. Pero este cambio de acento en busca de prestigio no solo se da en España. De esa sospecha podrían partir las burlas que han recibido Margaret Thatcher, Shakira y Madonna por adoptar un nuevo acento en detrimento del nativo.
Prejuicios lingüísticos
“Drácula, en su forma humana, pide perdón a veces por sus modales rústicos y su acento de bárbaro, como dicen que pedía perdón el ministro Calomarde”, escribe Sergio Del Molino en La España vacía. Calomarde era hijo de campesinos aragoneses y objeto de mofas por su procedencia. Suena lejano porque esto ocurrió a principios del siglo XIX, pero todavía hoy son varios los personajes públicos que han tenido que pedir disculpas por mofarse de acentos que consideran inferiores o incorrectos.
“Si se cree que el fenómeno x es rural, es decir, lleva signos de rusticidad, inelegancia, etc., suele producirse una actitud negativa hacia él, se suele rechazar. Que tal rechazo afecta a la actuación lingüística del hablante es un hecho, sobre todo cuando produce estilos cuidadosos en los que participa muy activamente su conciencia lingüística”, escribe José Luis Blas Arroyo en Las actitudes hacia la variación intradialectal en la sociolingüística hispánica.
Marrero explica la conciencia lingüística como “la diferencia percibida entre las formas que utilizamos habitualmente y las que consideramos correctas: si es pequeña, nuestro nivel de seguridad es grande; a medida que aumenta, nuestra seguridad disminuye”.
La tendencia a infravalorar la propia variedad lingüística en entornos rurales en España estaría cambiando en las últimas décadas. La investigadora chilena Silvia Corbalán, que estudió este aspecto en Covarrubias (en la provincia de Burgos), concluyó que la actitud de los más jóvenes era más positiva. El fin del Franquismo y la llegada del turismo habrían sido el punto de inflexión en este sentido.
El País
14/08/2017