Agustín tiene 19 años y padece del Síndrome de Landau Kleffner, una epilepsia con afasia que se incluye dentro del espectro autista. El taekwondo y su pequeño emprendimiento lo ayudan con su frustración.
La familia de Agustín Bellomio vivió los primeros cinco años de su vida sin ningún tipo de sospecha de que nada malo sucedería. Pero un día comenzaron sus ataques de epilepsia. Recién después de varios meses, los médicos dieron con el diagnóstico: síndrome de Landau Kleffner. Epilepsia con afasia (pérdida del lenguaje). La condición se encuentra dentro del espectro autista e implica que el paciente no puede decodificar el mensaje verbal: es decir, ni hablar ni comprender el lenguaje hablado.
"Entre los 6 y 9 años no pudo entender nada. Luego, gracias a Dios, aprendió a leer y escribir un poco, con verbos solo en infinitivo y sin conectores. Todavía hay palabras que no entiende y aún con 19 años le cuesta mucho; pero soluciona gran parte de sus problemas gracias a Google: cuando no entiende una palabra la tipea allí, busca las imágenes y automáticamente la comprende", explica agradecida Rossana, su mamá, a eltucumano.com.
Agustín se da cuenta de que no entiende, se frustra, y eso hace que pase mucho tiempo retraído y con la mirada esquiva, cuenta la madre. Esa frustración por momentos se traduce en violencia. Es por eso que resulta imperioso para él realizar alguna actividad que lo calme. "Mientras vivíamos en el campo hizo equino terapia durante muchos años y así logró mejorar muchísimo sus crisis de violencia, las convulsiones y su ciclo de sueño. Pero después, a sus 15 años y por recomendación de su psiquiatra, nos vinimos a vivir a la ciudad y ahí fue cuando conoció el taekwondo", agrega su mamá.
El arte marcial le ayudó no solo a manejar su ansiedad, sino que "siente allí su lugar de pertenencia". Sus compañeros del Complejo Ledesma lo integraron socialmente y lo invitan a reuniones y fiestas, comprendiendo y colaborando con sus complejidades.
"Agustín siempre ha intentado ganarse la vida", menciona orgullosa su mamá. Entiende perfectamente los vericuetos monetarios y le encanta el comercio. "En el campo teníamos lombrices y vendía el abono, y ahora elige piedras, las pinta y las ofrece por un precio muy bajo", agrega.
Su tía, que es profesora de Artes Plásticas, le enseñó la técnica y él "se copó". Recolecta piedras de lugares alejados, las pinta y las vende. Al principio le compraban su familia, amigos y compañeros. Pero desde que Elisa Santillán, su prima hermana, publicó su producción en Facebook, los pedidos comenzaron a llegar de todos lados.
"Por supuesto que no se llena de oro, pero disfruta ganándose unos chelines", describió Elisa en su posteo. Y es que a estas lechuzas, cactus, pececitos y otras pinturas las cobra entre $20 y $40. Y para él, además de un dinero extra, es una responsabilidad gigante y una actividad terapéutica. Cabe destacar, por su parte, que Agustín no recibe ningún tipo de pensión por discapacidad.
Vivir mejor
"Es increíble la fuerza envidiable que tiene Agustín y las ganas de salir adelante y de estar cada día mejor", comenta su mamá. Además de su manejo de Google y de las redes sociales, destaca que viaja solo en colectivo y tiene una cuenta en el banco en la que Rossana le deposita el dinero necesario para el mes y él lo maneja con su tarjeta de débito.
Ahora, con estos trabajos, el dinero extra le sirve para comprarse algo que le guste, ir al cine, salir con sus compañeros y, como siempre, seguir invirtiendo en pinturas y materiales para su arte, actividad que no solo es su trabajo y su responsabilidad, sino su medio de tranquilidad ante las frustraciones de la vida.
El Tucmano
27/06/2017