Víctor Balandrón, alumno con adaptación metodológica para compensar la dislexia. / Peio
El leonés Víctor Balandrón, uno de los pocos alumnos castellanos y leoneses con adaptaciones metodológicas para compensar este trastorno del lenguaje escrito, reconoce que lo más difícil es lograr que entiendan su «dificultad»
“Tu eres consciente de que tienes un problema, que aprendes de forma diferente y que algunas cosas te cuestan el doble. De todas formas, las principales dificultades que me he encontrando hasta ahora provienen del entorno, de las personas que no entienden mi dificultad y que me ven como una especie de tramposo que finge para aprovecharse de ciertas ventajas del sistema educativo”.
De esta forma explica el joven leonés Víctor Balandrón cuál es la principal losa a la que se está enfrentando para superar su dislexia, un trastorno que se calcula que afecta al 8 por ciento de la población y que se ha convertido en el responsable silencioso y desconocido de buena parte del fracaso escolar.
Víctor, que este año ha iniciado sus estudios de Ingeniería Mecánica en la Universidad de León, es uno de los pocos alumnos al que se le aplican adaptaciones metodológicas para compensar este trastorno del lenguaje escrito, en el que la principal dificultad es asociar las letras a sus sonidos, algo que los científicos achacan a conexiones neuronales deficitarias.
Aunque lamenta que muchas veces no ha contado con el apoyo necesario por parte del profesorado, ya que “algunos no fueron capaces de detectar mi problema”, Víctor reconoce que también se ha encontrado con docentes que le han ayudado y, sobre todo, se siente un afortunado por tener una madre que “siempre ha estado luchando conmigo”.
Precisamente, ese compromiso y el problema de su hijo fue lo que impulsó a Ana Isabel Blanco, catedrática de Sociología de la Universidad de León a fundar hace doce años en esta ciudad 'Superar la dislexia', una asociación que además de investigar también se dedica a asesorar a las familias y a formar a padres y profesores.
Pero a pesar de esta larga trayectoria, Blanco reconoce que los avances han sido mínimos y que la dislexia es todavía es una gran desconocida y está tratada de manera insuficiente en las aulas, ya que aún falta mucha formación e información en el profesorado y su atención desde el sistema de salud público es casi inexistente. Además, denuncia que en las mayoría de los casos los padres tienen que recurrir con sus propios medios a los tratamientos privados para intentar que la vida escolar de sus hijos no se convierta en una pesadilla.
La principal clave para superar la dislexia y que no se convierta en un losa que empuje a muchos niños fuera del sistema educativo es la detección temprana, por lo que Blanco reclama la necesidad de dotar a los colegios de especialistas que valoren y marquen las pautas de estos alumnos, sin que los apoyos se convierta en una estigmatización del problema para los propios escolares.
'Vallalexia'
Animada y asesorada por la propia Blanco, el pasado día 2 de marzo se presentó de forma oficial en Valladolid Vallalexia, una asociación que, de momento, agrupa a quince familias de toda la provincia y que además de ayudar a los escolares con este trastorno también busca trasladar a la Consejería de Educación la necesidad de incrementar el número de especialistas.
La presidenta de este colectivo, Ana Sobrino, denuncia que el hecho de examinar a un alumno con dislexia de forma ordinaria, con un examen escrito, es como si una persona que tiene miopía no usa gafas para hacer los exámenes. “¿Y por tener miopía le vas a suspender? No, ponle las gafas y verás cómo aprende. En nuestro sistema educativo se aprende leyendo y se demuestra escribiendo, algo que para un disléxico es un esfuerzo sobrehumano”, sentencia Sobrino.
Aunque la Consejería de Educación contempla en su normativa la respuesta que debe recibir el alumnado con necesidad específica de apoyo educativo y la adaptación metodológica, la realidad, según se denuncia desde las asociaciones, es que estos cambios no se materializan, a pesar de que de ellos dependen buena parte del éxito o el fracaso escolar.
Entre estas adaptaciones recomendadas por la comunidad científica, Sobrino resalta la necesidad de que los niños disléxicos se siente en clase en las primeras filas, que no sean obligados a leer en voz alta, que no tengan que copiar mensajes de la pizarra o que con ellos se utilice ciertas fuentes tipográficas y tamaños de letra más grande. Además, y como ya están aplicando comunidades autónomas como Cataluña, Andalucía o Baleares, estos alumnos necesitan tener más tiempo para realizar los exámenes y que las faltas de ortografía no les penalice su nota final.
Víctor Balandrón, alumno con adaptación metodológica para compensar la dislexia.
Sobrino reclama la generalización de los exámenes orales, especialmente en inglés, dado que escribir en este idioma para un disléxico supone una dificultad mucho mayor, ya que no es una lengua tan “transparente” como el castellano, donde los fonemas siempre coinciden con las mismas letras.
Alarmas
Al igual que Ana Isabel Blanco, Sobrino, que también tiene un hijo con este trastorno, reconoce que ni ella ni los profesores fueron capaces de detectar el problema de su hijo. “Mis alarmas se dispararon al final de segundo de Primaria, cuando a pesar de que mi hijo tenía muchas dificultades para leer, los profesores me recomendaron que practicaran más. Entonces fue cuando me dí cuenta de que algo estaba fallando”, relata.
Después de que un psicólogo diagnosticara la dislexia de su hijo, Ana reconoce que se sintió aliviada, aunque desde entonces sabe que su hijo tiene que sobreponerse a un sistema educativo no pensando para disléxicos, en el que se aprende leyendo y en el que los conocimientos se demuestran escribiendo.
Aunque agradece que desde el primer momento haya contado con el apoyo del profesorado del colegio de su hijo, Ana recalca que no todos los centros están preparados y cuentan con los recursos humanos suficientes para detectar de forma precoz la dislexia. Además, y dado que la sanidad pública tiene listas cerradas y atiende pocos casos, critica que hay familias que tienen que recurrir a la atención privada con unos gastos mensuales que oscilan entre los 300 y 600 euros, según el caso.
“Lo importante es la detección precoz y hay que facilitar la información necesaria a los profesores para entender cómo funciona y aprende el cerebro de un disléxico”, recalca Sobrino, a la vez que pide un mayor seguimiento por parte del profesorado sobre los niños que presentan dificultades cuando aprenden a leer. “No podemos olvidarnos de las consecuencias emocionales que para los pequeños supone ver que ellos no son capaces aprender al ritmo que el resto de sus compañeros”.
Zamora
La misma opinión es compartida por la presidenta de Disfam Zamora, Belén López, que resalta la importancia de que los niños abandone pronto la “mochila emocional negativa que supone la dislexia, ya que se trata de una dificultad que les acompañará toda la vida”.
López, que encabeza un colectivo que echo a andar en el verano de 2015 y que agrupa a medio centenar de familias, también denuncia lo duro que es para los padres y los niños el proceso hasta que se logra una normalización, tanto por los problemas para tener un diagnóstico, como por los problemas para lograr que Educación reconozca la necesidad de adaptaciones metodológicas. “Queda mucho trabajo por hacer y creo que las asociaciones tenemos que hacer oír nuestra voz para que esta dificultad se conozca y para que se pongan en marcha los mecanismos necesarios para que no se convierta en una losa"
17/03/2017