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«Hay que convertir el autismo en aliado»

La vida de Anabel Cornago ha dado muchas vueltas, pero la mayor fue sin duda cuando supo que su hijo tenía autismo. Desde ese momento se entregó en cuerpo y alma a trabajar con él para estimularle. Con el tiempo fue desarrollando su propia metodología, que comenzó a compartir primero en un blog y luego a través de libros. Este fin de semana, esta navarra afincada en Hamburgo está en Avilés impartiendo un seminario de estrategias de intervención con niños autistas organizado por el CPR y varias asociaciones.

-¿Cómo cambia la vida cuando le diagnostican autismo a un hijo?

Yo siempre digo que con el autismo no se termina el mundo, pero sí que empieza un nuevo camino. Lo más difícil fue cuando empezamos a sospechar que algo no iba bien con Erik, y eso fue desde que nació. Los primeros siete meses sólo lloraba y gritaba. No dormía y no teníamos esos típicos momentos de mamá y bebé. Empezamos a sospechar que podía ser autismo y, cuando el diagnóstico llegó, a los dos años y medio, fue un alivio porque sabíamos lo que era.


«Hoy en día mi hijo ya tiene muchas herramientas para autorregularse y las cosas son mucho más fáciles»

-¿Qué pasó a partir de entonces?

Decidí que el autismo no se iba a llevar la felicidad de mi familia ni le iba a robar el futuro a mi hijo. Como padres tuvimos que informarnos, formarnos, implicarnos... Ya han pasado más de ocho años de estimulación diaria, y un niño que ni siquiera hablaba acaba de empezar el instituto, es bilingüe, tiene sus amigos ¡y una medio novieta!

-¿Y eso cómo ha ocurrido?

Organizando muy bien la estimulación. Hay que respetar, conocer bien el autismo, y casi convertirlo en aliado, porque hay un potencial muy grande. Con buena estimulación se pueden lograr muchas cosas.

-¿Por dónde se empieza?

Hay que conocer muy bien a la persona con autismo: qué le gusta, qué no le gusta, qué le interesa, qué le molesta... y a partir de ahí armar una intervención adecuada a esa persona, con objetivos muy claros y dividida en pasitos muy chiquititos, motivando y tirándose mucho al suelo.

-Quizá sea por esa necesidad de conocer muy bien al niño autista que muchas terapeutas sois madres de niños con autismo.

Es que muchas veces te dan el diagnóstico y no te informan. Igual te dicen que le lleves un día a la semana a una sesión, pero, ¿qué haces tú el resto de las horas que quedan de la semana? Es que te tienes que implicar, y eso es decisivo. Y tiene que ser una intervención multidisciplinar y en equipo: educación, sanidad, terapia y familia, unidos y coordinados. Yo, gracias a haber participado desde el primer día, puedo decir que mi hijo se va a esquiar, cuando estuvimos año y medio sin poder volar a España. El hecho de implicarme es lo que nos ha dado la calidad de vida a todos.

-¿En qué momento surgió la necesidad de crear una metodología propia?

Optamos por una terapia cognitivo-conductual en casa durante unas 30 horas semanales. Empecé a trabajar con mi niño, y él avanzaba muy rápido y había que crear nuevas cosas. Después de un año tomé una decisión creo que muy buena, formar un grupo de juego con niños de su clase. Venían a casa y funcionó muy bien. Ahora ya puedo hacer como otras madres: dejar al niño y recogerlo más tarde, cuando antes me tenía que quedar todo el tiempo.

-¿La intervención se termina alguna vez?

Sí y no. Yo ahora no hago prácticamente intervención con Erik. Ahora sobre todo hay que abordar temas conductuales concretos. Hoy en día él ya tiene muchas herramientas para autorregularse o pedir ayuda, y las cosas son mucho más fáciles.

http://www.elcomercio.es/aviles
29/02/2016

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