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Neurodopaje: Alerta por las sustancias que potencian el cerebro

Durante la época de exámenes, muchos jóvenes universitarios apenas duermen apurando hasta la última hora que tienen para estudiar. Sin embargo, con los días, el cansancio acumulado y la privación de sueño acaban haciendo que les cueste horrores concentrarse y que les flaqueen la atención y la memoria. Algo similar les ocurre a los pilotos de aviones o a los cirujanos, a quienes tras largas jornadas laborales en las que tienen que estar sumamente atentos, la fatiga puede llegar a jugarles una mala pasada.

Pero ¿y si pudieran tomar sustancias que les hicieran estar más alerta pero que, sobre todo, les ayudara a pensar más rápido, a estar más focalizados y a resistir mejor la presión y el estrés? Y sin esfuerzo: una pastilla y punto, la mente fresca y a la máxima potencia. ¿No les resulta seductor?

"Cuando se utilizan en personas sanas técnicas terapéuticas que actúan sobre el cerebro alterando sus propiedades para intentar mejorar la función cognitiva hablamos de neuromejora", explica Casto Rivadulla, profesor e investigador del Grupo de Neurociencia y Control Motor de la Universidad de A Coruña.

"Son terapias, desde medicamentos hasta dispositivos de estimulación neuronal, que ya se usan y funcionan razonablemente bien para tratar enfermedades neurológicas como el alzheimer, el parkinson, la esquizofrenia, el TDAH o la depresión. El problema de usarlas en personas sanas es que desconocemos qué efectos secundarios tienen", alerta este neurocientífico.

A mediados del siglo XX algunos ejércitos, como el de EE.UU., comenzaron a realizar estudios con fármacos para intentar aumentar el rendimiento y estado de alerta de los soldados durante las misiones. Les suministraban dextroanfetaminas, drogas estimulantes que los mantenían en tensión y combatían el cansancio. Del ámbito militar, esas drogas llamadas inteligentes saltaron a las universidades, a las empresas y a otros ámbitos.

Barbara Sahakian, neurocientífica de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), lleva años estudiando el consumo de estas pastillas inteligentes en personas sanas. En un artículo que publicaba la semana pasada en la revista The Lancet Psychiatry alertaba del riesgo de aumento de su consumo y señalaba la necesidad de estudios en profundidad para evaluar los efectos reales de este tipo de fármacos cuando no hay una enfermedad: cómo afectan al cerebro para causar los supuestos beneficios y también cuáles son las contraindicaciones que tienen.

Aunque no hay estadísticas globales acerca del consumo de medicación para potenciar el rendimiento cognitivo, en los últimos años se han ido publicando estudios que cuantificaban su uso en algunos colectivos. Así, en 2013, en la revista Plos One, una investigación apuntaba que casi el 14% de los jóvenes universitarios de Suiza la tomaban, sobre todo metilfenidato, un medicamento psicoestimulante usado para tratar el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), así como sedantes y beta bloqueadores, medicamentos que anulan los efectos nocivos del estrés en el sistema cardiovascular. Y la revista Nature también en ese año realizó una encuesta a 1.400 adultos: uno de cada cinco investigadores tomaban fármacos como metilfenidato, modafinilo, que suele prescribirse para personas con narcolepsia, o donezepilo, usado para tratar la dificultad para recordar y pensar con claridad en enfermos de demencia y alzheimer.

Además de medicamentos, existen algunos dispositivos capaces de modular la actividad del cerebro. La última moda es adquirir por internet una especie de diadema, que se vende como accesorio de consola, por tanto totalmente legal, para ayudar a obtener mejor puntuación en los videojuegos. Se coloca sobre la cabeza y aplica pequeñas descargas eléctricas para, aseguran los fabricantes, estimular el estado de alerta y aumentar la capacidad de concentración. "Es peligroso, porque estás cambiando las propiedades de tu cerebro y no sabemos qué ocurre si te pasas de intensidad o de tiempo", alerta el neurocientífico Rivadulla.

Incluso, denuncia este investigador, hay individuos que compran potentísimos imanes, vendidos bajo el nombre de electrodos de estimulación magnética, que se colocan sobre determinadas partes del cráneo durante un tiempo y son capaces de reducir la actividad neuronal justo debajo o bloquearla. La idea se basa en una terapia aplicada en enfermedades neurodegenerativas y mentales, en las que hay una mala comunicación entre las neuronas o grupos de neuronas.

¿Qué se consigue con estos aparatos? Mejorar comportamientos muy concretos, como estimular la memorización en una tarea determinada. "Si te estudias los huesos del cuerpo y te pones el aparato, seguramente mañana si tienes un examen obtendrás mejor resultado. Pero eso no implica que vayas a convertirte en un virtuoso del piano ni en Einstein. Si antes suspendías matemáticas, no vas a sacar un 10 por hacer esto, pero puede que pases del 4,5 al 5", señala Rivadulla.

Esos fármacos y dispositivos tienen el potencial de convertirse en un futuro próximo en un gran negocio, con empresas biotecnológicas y farmacéuticas detrás y ciudadanos deseosos de potenciar su rendimiento intelectual. De ahí que la Comisión Europea, antes de que se desarrollen e implanten en el mercado sin ningún tipo de control, haya puesto en marcha NERRI, un proyecto para investigar el tema, ver qué intereses hay y qué efectos tienen sobre la salud.

Está liderado por la London School of Economics, desde el departamento de sociología, así como Ciencia Viva, que es la red de museos de ciencia de Portugal. En total, participan 12 países y en España es Gemma Revuelta, profesora del Departamento de Ciencias Experimentales y de la Salud de la Universitat Pompeu Fabra, quien coordina el proyecto.

Hasta el momento, ya se han realizado más de 40 actividades de divulgación sobre la neuromejora en que participan ciudadanos, pero también neurocientíficos y abogados especialistas en salud. "En NERRI, solemos preguntar a la gente si les darían a sus hijos algún tratamiento que les ayudara a mejorar -explica Revuelta-. Se sabe que la infancia es la época de mayor plasticidad cerebral, por lo que es más eficiente actuar entonces. Y la gente responde que, si no hay efectos secundarios, se los darían", explica Revuelta. Pero, entonces, sacar buenas notas así ¿sería trampa, como los ciclistas que se dopan para rascar segundos al crono? ¿Dónde quedaría la filosofía del esfuerzo y la superación? El debate, sin duda, estará servido durante los próximos años.

La Vanguardia
13/04/2015

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