María Angustias Oliveras (Granada, 1944) ha sido hasta hace sólo unas semanas la responsable de las áreas de Psiquiatría en los dos departamentos sanitarios de Alicante (Hospital de Sant Joan, desde donde se coordina todo el servicio, y Hospital General). Cumplidos los 70 años, le llega la jubilación, «que no el retiro», recalca, después de haber sido una de las voces más críticas contra la decisión de la Generalitat de forzar el relevo del personal sanitario de más de 65 años. A su juicio, la salud mental requiere de mucha atención específica, que la administración no llega a prestar en la medida necesaria.

Acaba de jubilarse como jefa de Psiquiatría en Sant Joan y Alicante. ¿Significa esto que deja el ejercicio de su profesión?
En absoluto. Quizá me alivie al dejar la Jefatura de Servicio, pero sólo dejo la primera línea de la asistencia pública y ni siquiera del todo. Sigo siendo la coordinadora provincial y voy a seguir haciendo labores de asesoramiento. En esta especialidad la experiencia bien aprovechada es un grado como en pocas otras.

Usted ha sido muy combativa contra la decisión del Consell de jubilar forzosamente al personal sanitario a los 65 años, pero finalmente ha logrado trabajar en el sistema público hasta los 70. ¿Qué le parece que la Generalitat siga firme en sus intenciones?
Los médicos de mi generación hemos sido muy potentes y muy brillantes, y creo que quizá había demasiada prisa por sacarnos del sistema. Soy partidaria de valorar los casos del impacto de la edad frente a las tareas a realizar. Los años en sí no deberían ser un criterio rígido, ni en medicina ni en ningún otro campo. En mi caso, mi época más brillante ha sido a partir de los 55 años, y ahora estoy en condiciones de mantener el rumbo y la velocidad de crucero.

¿Cómo ve la imagen de la salud mental en la sociedad?
Creo que en ocasiones se frivoliza un poco, que parece que todo el mundo sabe de psiquiatría y todo el mundo opina. Y es algo serio, porque el 25% de la población europea va a padecer un trastorno mental clínico a lo largo de su vida. Y muchas veces todo es un proceso evolutivo, algo así como «no es que estés loco o no, sino un poco». Nos guste o no, estas enfermedades tienden a la cronicidad, y su tratamiento sigue necesitando de una discriminación positiva, porque sigue siendo difícil de asimilar y los enfermos necesitan de una atención multidimensional, que es difícil de gestionar y de aplicar.

Ello implica también un esfuerzo para los profesionales...
Sí, porque los enfermos evolucionan y muchas veces necesitan terapias distintas en cada momento, y cada terapia puede ser trascendental para la evolución del paciente. La persona es un todo evolutivo: insisto, no se está loco o no, o depresivo o no, sino que es una cuestión de dimensiones.

¿Y cómo valora la atención que se presta a esta especialidad por parte de la administración?
La administración no ha llegado a comprender las necesidades de la salud mental. Son enfermedades que hay que tratar, y la sociedad tiene derecho a exigirlo. Aunque haya cosas que sean utopías, la administración debe intentar llegar al punto máximo que pueda. Hubo en un tiempo un gran impulso a la salud mental que ahora, desgraciadamente, se ha esfumado. Además, la rigidez que impone la administración dificulta mucho la gestión. También creo que hace falta dejar de lado el debate político.

¿A qué se refiere?
A superar la carga ideológica que pueda haber en las reivindicaciones de la sociedad en este campo. Los colectivos más desfavorecidos son los que más han experimentado las consecuencias de la crisis, y eso hace lógicas las protestas. Tenemos un gen egoísta que nos está haciendo fallar, y haciéndonos olvidar que los seres humanos somos seres sociales

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15/09/2014