Están aprendiendo a escribir la palabra historia. La maestra pregunta cómo empieza a deletrearse y las alumnas, de hasta 68 años, responden probando suerte: “Con i latina, con y griega, con mayúsculas...” Segundos después se desvela la incógnita. Era con h muda, la del silencio, la de la ausencia. La h de la historia que no ha dado voz a su educación durante los siglos XX y XXI. Este 8 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Alfabetización y en España quedan 730.000 personas analfabetas, 490.000, el 67%, son mujeres, según indican los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (2011). Han sobrevivido preguntando todo a las personas que les rodean, confiando en ellas. Qué tipo de leche están comprando, a la calle a la que quieren ir, qué autobús tienen que tomar, cómo marcar en el teléfono… No tienen carnet de conducir, no entienden los mapas ni lo que firman en los contratos, no usan ordenadores ni móviles con Internet, nunca han leído un libro. Coinciden en sentir vergüenza.
“Yo le solía decir a la mujer del banco que me leyera lo que tenía que firmar, que no me había traído las gafas y no veía la letra pequeña. Pero era mentira, claro”, cuenta Dolores Fernández, de 68 años. Ahora enseña orgullosa sus apuntes con la palabra historia bien escrita tras el dictado de la clase de alfabetización de la asociación Los Vencedores, situada en el barrio Martínez Montañés de Sevilla, con un 50% de analfabetismo, declarado por la Unión Europea de actuación preferente por su alto grado de exclusión social y ubicado en una zona conocida como las Tres Mil Viviendas. “Nunca pude estudiar porque empecé a trabajar cuando era una niña y después me casé y crié a mis hijos. Ahora sé expresarme mejor”, cuenta. De las 490.000 mujeres analfabetas que hay en España, 280.000 (el 57%) tienen entre los 65 y 84 años.
“El perfil de la persona analfabeta en España responde a dos fenómenos. Uno residual, que es el de mayores de 65 años que tuvieron que ponerse a trabajar muy jóvenes o a cuidar a familiares. Y otro fenómeno marginal vinculado a las minorías étnicas o inmigrantes”, detalla Antonio Viñao, profesor emérito de la Universidad de Murcia y autor de La alfabetización en España: Un proceso cambiante en un mundo multiforme.
La risueña Carmen Pérez, de 71 años, ilustra el primer fenómeno. Trabajó desde los nueve hasta los 66 como asistenta en una casa y nunca aprendió a leer. Ahora, conforme avanza en sus estudios, dice que va sintiendo tranquilidad. Ahora es una privilegiada. Acude a clases en el Centro de Educación Permanente (CEPer) de adultos Polígono Sur de Sevilla, que estos días ha recibido el Premio Confucio de Alfabetización de la Unesco y en junio se hizo con el primer Premio Nacional Miguel Hernández que concede el Ministerio de Educación para distinguir proyectos de neolectores. “Estoy deseando que empiece el curso para volver a las clases. Estudio todos los días”, dice entusiasmada.
Carmen es la herencia de una España que arrastra desigualdades históricas, según apunta el profesor Aviño. “¿Quién tiene la culpa de esto? La respuesta es complejísima, es una cuestión de hace más 200 años. No obstante, hay que mencionar el estancamiento que supuso el Franquismo, sobre todo para las mujeres. Los niveles de escolarización que se alcanzaron en 1970 podrían haberse superado 20 años antes, según los planes de la Segunda República. Eso nos pesa aún y tiene consecuencias obvias en los bajos resultados que refleja el informe PISA”, concluye Aviño. Por ejemplo, uno de sus últimos índices revela que uno de cada seis alumnos españoles no sabe interpretar una factura.
“A veces no consiste solo en aprender a leer o escribir. También hay elementos que permiten mejorar las condiciones en la sociedad como hacer un escrito a la Administración”, explica Gabriel González, autor del informe La infancia en España 2014 publicado por Unicef. Según este texto, España tiene la tasa de abandono escolar más alta de la Unión Europea con un 23,5%. “El abandono escolar está muy ligado al nivel de estudios del padre o la madre, por ejemplo: para los jóvenes con madres que carecen de estudios postobligatorios la tasa de abandono supera el 30%, mientras que es de apenas el 4,6% cuando la madre tiene estudios superiores”, se lee en las conclusiones de Unicef.
Son barreras que ha ido superando la familia de la alumna Magdalena Del Canto, también de 71 años. Ella pasó más de media vida limpiando en un hospital y ninguno de sus dos hijos accedió a la Universidad, pero su nieta sí; es profesora. “Me llama cada día para preguntarme si tengo dudas con los deberes”, cuenta Del Canto tras un pupitre del centro premiado. Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Canarias o Murcia son las comunidades que tradicionalmente han registrado las tasas más altas de analfabetismo, aunque en términos absolutos, donde hay más analfabetos es en Andalucía (216.000), Cataluña (106.000), Valencia (70.000) y Madrid (59.500), que son también las comunidades más pobladas. Según el texto elaborado por Aviño, el proceso de aprendizaje de la lectura en España ha sido más lento en las zonas rurales, en las clases medias y bajas y en las mujeres. “Las causas son muy diversas. Por ejemplo, una es la distribución de la propiedad: donde hay latifundios, como en el Sur, lo que hace falta es fuerza de trabajo físico. En cambio, donde predomina el minifundio el propietario tiene que comercializar sus productos”, concluye Aviño. En su texto también plantea los nexos creados por el comercio, el transporte o las instituciones religiosas.
“El Gobierno central, tanto este como los anteriores, se ha desentendido de la educación de adultos y lo ha dejado en manos de las comunidades. Pero no hay nada relevante en las reformas educativas de las últimas legislaturas”, considera Aviño. Fuentes del Ministerio de Educación indican que la Lomce incluye “atención a sus especiales circunstancias”. En el texto se lee: “Por vía reglamentaria se podrán establecer currículos específicos para la educación de personas adultas que conduzcan a la obtención de uno de los títulos establecidos en la ley”. Y la gestión de estos títulos la remite a las comunidades autónomas. “Andalucía lleva 34 años promoviendo programas de educación para adultos. Pero no es suficiente, tiene que implicarse más el Gobierno central”, considera Ana García, que destaca lo que se realiza en el País Vasco: “Con un índice más bajo de analfabetismo hay cursos de formación en las aldeas enfocados a la preservación de su patrimonio”, ejemplifica.
Bajo la mirada de Bécquer, Lorca, Juan Ramón Jiménez, Machado y Alberti, que aparecen en unas fotocopias en blanco y negro colocadas en una pared del CEPer, la alumna Teodora Trenado, de 64 años, lee una poesía escrita por otro compañero. “Es muy destacable la participación de los hombres. No superan fácilmente la vergüenza”, reseña Luis Ruiz, profesor del centro. El pulidor Alberto García, de 40 años, reconoce que nunca le ha hecho falta leer para trabajar, que ha firmado contratos sin entenderlos y que llegó hasta sexto de EGB porque iba pasando de curso por la edad. Ahora comparte clases con Carmen, Magdalena y Teodora: “Una vez que ves a gente igual que tú, no hay problema. Es más lo que tienes que ganar. El que no sepa leer va a trabajar poco”, sentencia.
“Y después de superar la vergüenza viene el desafío de mantener su atención. Quieren aprender rapidísimo”, explica Ruiz, que destaca esta tendencia en las personas que necesitan el carné de conducir, una prueba que hasta 2008 tenía una versión simplificada con vídeos, pero que ya no tiene excepciones. “Solo existe una salvedad para neolectores; se les da más tiempo. Y para acceder a esta prórroga se necesita un comunicado de la Jefatura Provincial que corrobore el caso”, informan fuentes de la Dirección General de Tráfico. Con paciencia se lo está tomando la mayor de cinco hermanos Remedios Gabarre, de 39 años, que tuvo que cuidarlos a todos. Ella forma parte de las 60.000 mujeres de entre los 30 y los 49 años que no saben leer y que como más de cinco millones y medio de españoles busca trabajo. Pertenece también al grupo de una minorías étnicas: es gitana. “Lo que quiero es tener el carné y dedicarme a la venta ambulante”, dice esperanzada, y añade que si tiene hijos los llevará a todos a clase.
Desde 2008 conducir sin carné se convirtió en un delito penado con cárcel. “Eso representó de forma inmediata la necesidad de aprender a leer y escribir. Fue un motivo más que justificable para alfabetizar a la población gitana”, detalla Beatriz Carrillo, presidenta de la asociación de Mujeres Gitanas Universitarias, Amuradi. “Esta es una de las mayores demandas de la población gitana. Y el carné les motiva a incorporarse a la lectura, al igual el uso de las redes sociales”, añade.
Aquí es donde aparece el salto del analfabetismo a la alfabetización digital, muy presente en países en vías de desarrollo. “En el caso de España, ha pasado de ser una sociedad de alfabetización débil a ser de medios electrónicos”, contextualiza Aviño, que obliga a sus alumnos a leer libros en papel. La risueña y disciplinada Carmen Pérez ya ha empezado a pasar páginas de papel y a comprender la tinta. Feliz, dice que ha sido capaz de contarle un cuento a sus nietas. Y todavía tiene retos que cumplir: Su hijo le ha regalado El Quijote y está convencida de que, en cuanto sea capaz, leerá este hito de la literatura. Hito con la h muda a la que Pérez está dispuesta a darle voz. Planea escribir un libro con la historia de su vida. Ahora sí, historia, con h.
El pais
11/09/2014