Un niño con un desarrollo evolutivo más lento que sus compañeros (en habilidades como el gateo o caminar, el control de esfínteres, la adquisición del lenguaje, etc.) razonablemente tendrá un ritmo más lento a la hora de enfrentarse al aprendizaje de la lectura y escritura, pero eso no significa que sea un caso de Dislexia.
La Dislexia es una dificultad de integración de lectura y escritura con un origen neurobiológico (el 75% de los niños con Dislexia tiene antecedentes familiares en una o dos generaciones), que no se explica por un retraso intelectual, una alteración visual o auditiva o un cambio de cultura y lengua. Se trata de una manera diferente de aprender que implica una manera diferente de enseñar, en la que escuela y familia deben estar estrechamente coordinados.
En el mejor de los casos (si un profesor conoce y es sensible a la sintomatología), la Dislexia se detecta y se trabaja durante los primeros años de la Educación Primaria (entre los 6 y 9 años), momento en el que el niño se enfrenta por primera vez a la lectura y escritura, haciendo explícita una dificultad que ya se venía fraguando antes. En el peor de los casos, no será detectado nunca, y el niño crecerá en un sistema educativo con una dificultad creciente y una sensación de “estupidez” también creciente. De ahí la cantidad de problemas emocionales y comportamentales que están asociados a la Dislexia.
Es durante la etapa infantil (entre 3 y 6 años) cuando debemos estar más atentos a los posibles síntomas que pueden dar lugar a una posterior Dislexia, que enumeramos a continuación:
A nivel lingüístico: Dificultad expresiva y de acceso al vocabulario, dificultades de articulación de determinados sonidos.
A nivel de aprendizaje: Dificultad para integrar nociones básicas (colores, secuencias, cantidad, etc.), para identificar las letras o escribir e identificar su nombre. Baja memoria auditiva, dificultad para integrar el ritmo, y dispersión atencional.
A nivel de motricidad: Dificultad para realizar movimientos rutinarios, no integración de su propio esquema corporal (reconocer sensaciones corporales internas, señalar partes de su cuerpo), adquisición de conceptos de espacio y tiempo (ayer, hoy, mañana, cerca, lejos, etc.), coordinación oculo manual, motricidad fina (prensión del lápiz, cortar con tijeras, etc.).
Si reconoce en su hijo alguno de estos síntomas, es recomendable que se ponga en contacto con el colegio y con un especialista, para poder evaluar y poner en marcha, su fuera necesario, una intervención temprana: entrenando las dificultades personales del niño y adaptando el estilo de enseñanza del aula al estilo de aprendizaje del niño.
Con ello no solo conseguirá que su hijo aprenda al ritmo de sus compañeros, disfrute yendo al colegio y aumente sus posibilidades de futuro, pero también ayudará a que se conozca mejor y se sienta más a gusto consigo mismo.
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8/04/2014