En las profundidades de la base del cerebro existe toda una cascada de sucesos, entre los que se encuentran la oxidación y la inflamación, capaces de matar a las neuronas, y que dan lugar a los debilitantes síntomas de la enfermedad de Parkinson.
Un equipo internacional de investigadores ha desarrollado una técnica que podría prevenir la muerte de estas células. Mediante ingeniería genética, las células inmunes del propio paciente se modifican para que porten, a modo de polizones, otro tipo de moléculas protectoras. Estas moléculas troyanas pueden ayudar a impedir la muerte de las neuronas administrando tratamientos a través de la barrera hematoencefálica, una capa de estructuras celulares que bloquea el paso de la mayoría de las moléculas al cerebro.
De momento, el método ha sido llevado a cabo con éxito en ratones. El futuro objetivo será aplicarlo a los enfermos de Parkinson. Para ello, se extraerían estas células de la sangre del paciente, se modificarían para llevar una carga terapéutica y se volverían a inyectar en el cuerpo. El método podría ralentizar, también, el progreso de otras enfermedades neurodegenerativas asociadas con la muerte de neuronas, como el Alzheimer y la enfermedad de Huntington.
Gracias al nuevo método para atravesar la mencionada barrera hematoencefálica, los investigadores del Centro Médico de la Universidad de Nebraska, la Universidad de Carolina del Norte (ambas, EEUU) y la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú (Rusia) fueron capaces de administrar una enzima donde se produce la muerte neuronal en ratones que sufrían un modo experimental de Parkinson. Como se publicó este año en la revista PLoS One, la terapia troyana impidió que se desarrollaran defectos motores observados en ratones sin tratar.
Los investigadores usaron una enzima antioxidante común llamada catalasa para impedir la muerte de células en el cerebro y modificaron células inmunes macrófagas para que transportaran las instrucciones genéticas para la creación de catalasa dentro del cerebro. Tanto las células macrófagas como sus instrucciones podrían atravesar juntos la barrera hematoencefálica. Los macrófagos se ven atraídos por las neuronas moribundas, que liberan señales a la sangre pidiendo ayuda.
Tras suministrar oxidantes a los ratones en la base del cerebro para estimular los efectos degenerativos del Parkinson, los investigadores inyectaron a algunos de ellos con los macrófagos diseñados para fabricar catalasa. Los ratones sin este tratamiento obtuvieron malos resultados en una prueba diseñada para evaluar el equilibrio, mientras que aquellos que fueron tratados tuvieron los mismos resultados que los ratones normales sanos. Bajo el microscopio, el equipo observó que las células macrófagas que contenían catalasa se habían fusionado con las neuronas, administrando así el medicamento directamente.
Según el neurólogo de la Facultad de Medicina de la Universidad Hofstra North Shore-LIJ (EEUU) Andrew Feigin, que no ha participado en el estudio, los macrófagos "pueden presentar varias ventajas" respecto a tratamientos alternativos.
Un tratamiento tradicional, si bien breve, para el Parkinson es recetar un precursor de la dopamina. Las neuronas supervivientes lo usan para liberar más dopamina, clo que compensa una parte del déficit de liberación de dopamina debido al fallecimiento de sus vecinas. Sin embargo, el cerebro acaba por dejar de responder a este tratamiento.
También se están investigando terapias genéticas. Al administrar instrucciones genéticas para producir determinadas proteínas usando virus, la terapia genética puede dar a estas células moribundas, enzimas protectoras u otro tipo de moléculas que potencian el crecimiento celular. Feigin codirige el primer ensayo en humanos de una terapia genética administrada por virus para el Parkinson, una solución que sería más permanente que la que ofrecen ahora mismo los macrófagos.
Desafortunadamente, sigue siendo difícil transportar estos virus más allá de la barrera hematoencefálica. Incluso cuando se logra, puede resultar difícil conseguir que los virus lleguen al lugar donde está la lesión. Es más, el sistema inmune del cuerpo luchará contra estos virus, ya que ninguno de ellos es tan bienvenido en el cerebro como un macrófago. Esta moléculas no se enfrentan a ninguno de estos problemas. "Se puede lograr una administración activa dirigida de medicamentos a través de la barrera hematoencefálica", afirma la profesora asociada de farmacología en la Universidad de Carolina del Norte y autora sénior del estudio, Elena Batrakova.
Batrakova espera que los macrófagos acaben por curar el Parkinson y está explorando otras formas de usarlos. Su próximo paso es promover el crecimiento de nuevas neuronas en el cerebro gracias a factores de crecimiento a través de la barrera hematoencefálica de contrabando de la misma manera. Batrakova concluye: "No solo queremos detener la progresión del Parkinson, queremos revertirla".
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3/12/2013