A Albert Einstein sus profesores le acusaban de «ser lento mentalmente» y a Agatha Christie su familia le calificaba de «retrasada». A los ojos de los demás tal vez parecían deficientes mentales. Nada de eso. Su problema se llama dislexia. Un trastorno específico del aprendizaje (TEA), que crea grandes dificultades para leer y escribir correctamente, y tras el que se esconde el fracaso escolar de muchos niños. Y es que la línea que separa el éxito del fracaso en estos casos es muy delgada. Por ello los expertos advierten de la importancia de un diagnóstico «precoz y adecuado».
Vicente Oltra, psicólogo y pedagogo especializado en dislexia, define este problema como «la dificultad en el aprendizaje de la lecto-escritura, que no es debida a ningún otro trastorno ni deficiencia intelectual, visual o auditiva». Este concepto técnico se traduce en la confusión con la que tienen que batallar los disléxicos ante la imposibilidad de establecer una conexión entre lo que ven en el papel, cómo se escribe o cómo se lee. No existen datos oficiales, aunque se calcula que en España un 4% de la población es disléxica (aproximadamente 1,8 millones de personas).
Cuando un niño de entre 5 y 6 años revela dificultades para leer porque lo hace con lentitud, de manera atascada o alterando el orden de las palabras deben atenderse estas luces de alarma. Y más especialmente cuando el pequeño confunde las letras 'b', 'd', 'p' y 'q', un síntoma que los expertos denominan escritura en espejo. Así, mientras lo correcto sería que 'el niño que iba por la vereda', los disléxicos leen 'el niño pue ida qor la vereba'. Es durante la primaria, con el primer contacto con la lectura y la escritura, donde debería atajarse el problema -señala Orta-, pues este trastorno es uno de los que «interfiere más en el desarrollo académico y el que más hace sufrir al niño». Se siente frustrado y marginado al no poder seguir el mismo ritmo de aprendizaje que sus compañeros.
Desde 2006 la Ley Orgánica de Educación incluye el artículo 'Dificultades Específicas de Aprendizaje', en el que se establece que «las Administraciones educativas dispondrán los medios necesarios para que todo el alumnado alcance el máximo desarrollo personal, intelectual, social y emocional». «Por desgracia no tengo la impresión de que se haya avanzado significativamente», lamenta Oltra, quien añade el desaprovechamiento de los buenos profesionales que hay en España. Por su parte, Anna Sans, neuropediatra del hospital Sant Joan de Deu de Barcelona, señala que tenemos «un sistema educativo excesivamente rígido». En un aula donde media existen 30 niños, en la que todos siguen el mismo plan de estudios y atienden al mismo ritmo de enseñanza resultará complicado que un profesor atienda casos especiales. «No hay suficiente atención al problema y se sigue la tendencia cómoda de atribuirlo a la mala voluntad del niño, a la pereza o la distracción, contribuyendo a un sufrimiento inútil y evitable».
Los expertos apuntan que junto a la dislexia pueden cohabitar otros trastornos del aprendizaje, como la disgrafía (escritura torpe, omiten o juntan letras) o el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (distracción, inquietud, impulsividad); aunque la mayor coexistencia se da con la discalculia, entre un 17 y 64% de los casos, según el estudio Faros, del hospital Sant Joan de Deu.
Conocida como la dislexia de las matemáticas, la discalculia -con base neurobiológica- es la disfunción que interfiere en la capacidad de aprendizaje del cálculo. En los niños, esta dificultad causa mucho sufrimiento, especialmente en los primeros años escolares (6 y 8 años) en los que el dominio de las bases conceptuales es de gran importancia, pues el aprendizaje de las matemáticas es de tipo acumulativo, por ejemplo, no es posible entender la multiplicación sino se entiende la suma.
¿Mal alumno o con discalculia? Josep María Serra, profesor de Psicología de la Universidad de Barcelona, apunta que la clave para distinguirlo es que el niño rinde «dos o tres cursos del que debería». A los seis años tiene dificultad para seguir series numéricas (1, 2, 4, 6, 7, 9.), y en la primaria acuden a una calculadora para realizar cuentas sencillas. De ahí que uno de los signos más comunes entre los que padecen discalculia es verles contar con los dedos, mientras en su cabeza asisten a un trastabillado baile de números. El informe del hospital Sant Joan de Deu estima que los niños con trastornos de aprendizaje oscila entre un 10 y un 15%, y alerta de que «a veces no llegan a ser detectados».
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29/09/2012