Pilar y José se divierten sobre una colchoneta, a su alrededor los dibujos adornan las paredes y en el suelo abundan los juguetes. «Mira, este lo he hecho yo», dice José señalando uno en el que aparece un maletín de pintura con múltiples colores. Hoy no han ido a clase y, sin embargo, tendrán que realizar un singular «examen». Durante la mañana cambiarán a los habituales compañeros de aula por otros amigos con los que también compartirán juegos y experiencias. Todos ellos han acudido, acompañados de sus padres, a un peculiar centro: el Instituto Fay para la Estimulación Multisensorial, en la localidad madrileña de Aravaca.
Son muchos los escolares que cada día llegan hasta sus puertas y que son recibidos por un equipo de psicólogos, psicopedagogos, educadores, fisioterapeutas, trabajadores sociales y médicos especializados. ¿La razón? La mayoría de ellos viene con el mismo diagnóstico bajo el brazo: no prestan atención en clase, son vagos, se distraen en el aula, son desordenados, hiperactivos, tienen problema de lectura... Son, por así decirlo, «carne de cañón» para el fracaso escolar, un problema que afecta a cerca del 30 por ciento de los escolares de todos los países.
Pequeña desorganización
Pero, ¿qué falla para que estos niños no sean capaces de adaptarse al sistema educativo? Carlos Gardeta, director del centro, lo tiene claro: sufren una pequeña desorganización neurológica que provoca una interpretación errónea en el cerebro de la información que reciben a través de los sentidos y que satura sus capacidades.
Muchos escolares se ven obligados a realizar un sobreesfuerzo para concentrar su atención, pero al final acaban desistiendo. Gardeta explica que estos niños no son vagos y que, muy al contrario, son bastante activos y necesitan estar en constante observación de todo lo que les rodea. «No es que el niño no quiera atender, sino que cuando le cuesta enterarse de lo que explica el profesor o de lo que pasa en su entorno educativo -señala Gardeta- lo lógico es que desconecten a ratos para poder descansar. Todos lo haríamos».
Cuando un niño sufre una desorganización neurológica grave presenta minusvalías con diferentes grados de discapacidad. Si éstas son muy leves resultan menos detectables pero acaban provocando limitaciones de aprendizaje, escaso interés, hiperactividad... síntomas que presentan muchos de los niños que fracasan en la escuela.
«Los actuales sistemas educativos diagnostican los síntomas pero no las causas. El origen del fracaso escolar no está en los niveles de enseñanza impartidos, en la calidad de los profesores ni en las áreas estudiadas, porque se repite desde hace mucho tiempo, a pesar de los cambios que se introducen, y en muchos países -insiste Gardeta-. Y la solución tampoco se encuentra en dar más horas de clase o en aplicar más disciplina».
El medio ambiente, lo que nos rodea, llega a nuestro cerebro a través de los sentidos. El niño conoce el mundo a través de sus órganos sensoriales: sus ojos, sus oídos, sus manos... Si algo falla, por mínimo que sea, y se produce una desorganización neurológica, el pequeño sufre desajustes entre su edad biológica y cerebral. «Logramos que mediante sencillas técnicas de estimulación el niño madure y recupere el nivel que corresponde a su edad», señala Gardeta.
Un problema tan corriente en muchos pequeños como la falta de atención en clase u otros problemas de conducta pueden deberse a una simple y corregible distorsión auditiva. Gardeta explica que muchos escolares sufren hipersensibilidad auditiva, es decir, que escuchan todos los sonidos en la misma frecuencia, de manera que «reciben al mismo nivel la explicación del profesor que la conversación que mantienen sus compañeros tres filas más atrás». «No es que el niño se distraiga con una mosca, también a nosotros nos resultaría inevitable si la percibiéramos como un helicóptero», señala. Otros pequeños padecen lo que se denomina audición dolorosa, es decir, que determinadas frecuencias sonoras le provocan molestia. Estas cuestiones que a simple vista pueden resultar banales, no lo son tanto cuando el niño selecciona de manera inconsciente a las personas con las que le resulta menos incómodo hablar. Así, preferirá la voz de un profesor en lugar de una profesora y, con toda probabilidad, sacará mejores notas en las clases que son impartidas por un hombre.
Sencillos ejercicios
La solución, explica Gardeta, pasa por activar los sentidos y organizar las áreas del cerebro que provocan estas disfunciones. A veces, el ejercicio es tan sencillo como que el escolar realice ejercicios de gateo, algo que cada vez hacen con menor frecuencia los niños de hoy día. «Algo tan simple como el gateo ayuda a desarrollar la visión, la tactibilidad, el equilibrio... favoreciendo las conexiones entre los dos hemisferios cerebrales», además explica Gardeta que «al gatear se establece una distancia similar a la que habrá entre el ojo y la mano a la hora de leer y escribir». Por tanto, favorecerá la aparición temprana de la lectura y la escritura y evitará problemas como la dislexia.
Tras un examen individual de cada niño, los padres reciben unos ejercicios que han de llevar a cabo en casa y que tiene el fin de activar los sentidos y lograr la organización de las áreas del cerebro que están fallando. Durante seis meses se realiza un seguimiento telefónico o presencial, luego volverán para comprobar su evolución y diseñar una nueva estrategia durante otros seis meses. «La mayoría de los niños corrigen sus problemas en un año y medio, pero la evolución puede ser muy diferente en cada uno de ellos», señala Gardeta, para quien problemas como el de la violencia escolar tienen parte de su origen en estas inadaptaciones de los niños: «Cuando no entienden el medio y no son capaces de adaptarse a él, los niños desarrollan dos respuestas: agresividad o retraimiento».
Fuente: ABC
3/03/2004