En la televisión británica emiten un discurso de Hitler. Es el año 1939 y Jorge VI, rey de Inglaterra, mira embelesado la pantalla, como si pudiera tomar de allí las claves para afrontar la inminente guerra con Alemania. En el mismo salón de Buckingham Palace, su hija lo mira y pregunta:
-¿Qué dice, papá?
-No sé, pero lo dice muy bien.
Por esta y otras escenas de El discurso del Rey, recibió Colin Firth el Oscar a mejor actor. Por esta y otras, la Fundación de la Tartamudez le daría el premio de honor de este año, que ya entregó a Zapatero por haber derogado en 2007 la cláusula que impedía a los tartamudos presentarse a una oposición pública. "Bendita película. Ha hecho más por normalizar este problema que 100 congresos con expertos juntos", afirma el presidente, Adolfo Sánchez.
"Tu tartamudez es como la del rey", le dijo Ana Bagó, logopeda y psicóloga experta en tartamudez, a un paciente. Y funcionó. En las sesiones previas el avance se había estancado, pero su mejoría después de la película fue "increíble". El bloqueo en la terapia es uno de los momentos que más preocupan a los terapeutas. Es peor que una palabra que no quiere arrancar: si no sale, la conciencia del fracaso puede hacer que no salga nunca.
David Seidler, guionista de la película vencedora en los Oscar, transmite en los diálogos el sufrimiento que él mismo padeció. Pese a ello, al principio no fue fácil que tartamudos fueran a ver la película: todos tenían miedo a las burlas. Uno de los primeros en ir a verla fue Sánchez, presidente de la fundación de este trastorno del habla. Tenía ciertos recelos, pero se sorprendió. Hubo aplausos, pero ninguna risa. Al llegar a casa, Sánchez la recomendó en el foro de la web de la fundación. Poco a poco se sumaron los comentarios. "Es la única vez en que todos se han mostrado de acuerdo en algo", dice Claudia Groesman, secretaria de la asociación.
Sánchez y Groesman pusieron en marcha la fundación en 2002. Ella es argentina y tiene un hijo tartamudo. Se pregunta qué hubiera pasado de haberlo llevado al logopeda cuando aún no había cumplido los seis años: "Hice todo al revés de lo que debía. Creía ayudar cuando le completaba todas las frases o si miraba para otro lado cuando tartamudeaba..."
Es fundamental que el niño no sienta vergüenza. Por eso, el profesor e investigador Alfonso Salgado, de la Universidad Pontificia de Salamanca, cree que la clave está en que el pequeño no se entere de que hace una terapia. "Supe que lo estábamos haciendo bien cuando unos niños, al venir a mi consulta dijeron: 'Hemos quedado a jugar con Alfonso".
Es incorrecto decir que un niño es tartamudo. Entre los dos y cinco años se habla de disfluencias (interrupciones de la fluidez), que son muy frecuentes a esta edad. Sin embargo, si ocurre a menudo es mejor consultar a un logopeda: un tratamiento a tiempo puede impedir que el problema se haga crónico.
Al crecer, el niño se inventa estrategias para evitar las situaciones incómodas, hasta el punto de que algunos adolescentes abandonan las clases. Si ha visto El discurso del rey, seguro que recuerda que al final el protagonista no tartamudeó, ¿pero recuerda lo que dijo? "Ocurre así: a veces quien padece este trastorno del habla está tan nervioso por cómo va a hablar que no puede pensar en qué va a decir", asegura Salgado. "La tartamudez es lo que hace el tartamudo para evitar tartamudear", suelen resumir los expertos.
Un punto que quizá induzca a error en la película es el origen de este trastorno, que no es psicológico, sino que tiene una base fisiológica y neuronal, según Bagó. La ansiedad y la angustia vienen después, con el fracaso y la dificultad de relacionarse. "En ocasiones, los pacientes acaban desarrollando fobia social", dice Salgado. Esto es lo que consigue vencer el terapeuta en la película, que interpreta Geoffrey Rush. "La película habla de nosotros", afirma Bagó con emoción, "he visto a muchos pacientes reflejados".
"La gente no es consciente de la lucha interior que yo tengo para que fluyan las palabras", explica Félix Romo, analista de programas informáticos. Tiene 39 años y una mente que se mueve cómoda en lo racional. A la cita se presenta con dos libros sobre tratamientos de la tartamudez y unos apuntes con las ideas que quiere dejar claras. Al hablar se traba, pero su naturalidad ante las pausas no transmite inseguridad.
Romo afirma que tartamudea más cuando habla con personas cuya opinión le importa, como su jefe. Sin embargo, con los años y mucho trabajo el miedo se ha reducido. Entre risas recuerda cuando hace años empezó a ligar: "Ellas me decían: 'Te doy mi número de teléfono y quedamos'. Yo me quedaba helado pensando en que tendría que enfrentarme al teléfono (entonces no había móviles) y respondía: 'Para qué gastar dinero, mejor quedamos ya"
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30/04/2011