Parece un cuento de hadas, pero es verdad. La aplicación de la grafoterapia en pacientes con dislexia se ha convertido en su mejor aliado. Es tan sencillo como poder curar diversas patologías o comportamientos simplemente con el cambio de los trazos de la escritura de los afectados.
Según los especialistas, no es la panacea pero sí el camino más importante para cerebros muy especiales como los de los niños, pero también para otros no tan pequeños, como es el caso de los disléxicos, algunos de los cuales no aprenden con palabras, sino con imágenes, creando.
«Por eso ha habido tantos genios en la historia que han fracasado escolarmente». Esto lo dice Ramón Mandado González, profesor especialista en audición y lenguaje y logopeda, a cuyo cargo ha estado el taller que acogió recientemente el Centro Social de Laredo, en los bajos del Mercado de Abastos. Mandado es uno de los componentes de Acandis (Asociación Cántabra de Dislexia y Problemas de Aprendizaje), que, dirigida por Fernando Rodríguez, tiene su sede en la villa marinera.
De las 40 ó 50 familias cántabras que se interesaron en participar en el taller de grafoterapia, tan sólo 7, de 3 ó 4 componentes cada una, pudieron estar en la cita de Laredo «por ser las únicas que demostraron un trabajo previo, de media hora diaria, como mínimo», según afirma Mandado. La respuesta que define a la grafoterapia es la de una técnica terapéutica diseñada para poder cambiar todo aquello que nos condiciona y nos impide el desarrollo personal pleno en nuestra vida.
Para los especialistas, quizá la idea que se tenga de la grafología sea la clásica y no se sepa todavía que el acto de escribir no sólo refleja la psicología del individuo sino también su fisiología, y que además, forzando determinados cambios en la escritura, se puede tanto enfermar como curar de muy diversas dolencias.
Y es que el acto de escribir no es un acto banal. En la escritura personal reflejamos nuestra realidad fisiológica y, como consecuencia, también psicológica. La escritura delata cómo en una especie de electroencefalograma grafo-motriz proyectado sobre un papel, el funcionamiento psicosomático del individuo.
Para el taller de Laredo, Acandis trajo al que define como mejor especialista mundial de la materia, el madrileño Juanjo Vara. Él fue el encargado de trabajar con las familias y con los niños en especial, de edades comprendidas entre 6 y 7 años, pero también con algún universitario. El sistema aplicado es sencillo y persigue trazar de una manera sana, corrigiendo la anterior, para favorecer el cambio de diferentes estados en el ser humano: niños con falta de autoestima, ansiedad, inseguridad, problemas de aprendizaje, de lecto-escritura, de matemáticas, de atención y concentración, entre otras patologías.
En opinión de Ramón Mandado González, sin trabajo previo no hay corrección, pero con el mismo se consiguen avances increíbles. «En las pautas que se les aplican a los niños con dislexia hay mucho desconocimiento y el trabajo que muchas veces se hace con ellos es demasiado tradicional en los colegios», añade el experto.
«Salud y tranquilidad»
Además, considera que, gracias a los últimos avances en neurofisiología, se puede prevenir y mejorar a los niños que ya tienen dislexia. «La diferencia es notable si se aprende con salud y tranquilidad», dice. Por el contrario -aseguró- la autoestima está por los suelos, y el esfuerzo es criminal. No se trata de un problema de esfuerzo, «si no lo puedes hacer es que algo te pasa», enfatizó. Para el profesor especialista en logopedia, como consecuencia de los problemas de salud o de aprendizaje que tengan que ver con lo psicosomático y con los estados emocionales, hay gente que ha desarrollado psoriasis, estrés, depresión. agresividad, rigidez, es decir, todo tipo de conductas que no estaban en esas personas pero que fueron creando a través del día, a día.
Por ello, aseguró que trabajar con psicólogos que te relajen o médicos que te receten pastillas y ansiolíticos, está muy bien pero no te cura. Sin embargo, si trabajas media hora diaria haciendo nuevas conexiones neuronales, puedes cambiar sus conductas y es muy económico, al hacerlo la familia en casa.
Ramón Mandado opina que el sistema educativo debería adaptarse mejor. «Los niños disléxicos no tienen un problema, sino un sistema diferente de aprender. Cuando llegan a la escuela no reciben esa didáctica que necesitan y les pretenden enseñar hablando y a través de libros y memorización. Ese cerebro creativo se encuentra perdido y no aprende», argumenta.
Su objetivo es hablar con la Consejería y conseguir la aplicación de un sistema válido para todo tipo de cerebros, «ya que algunos de ellos no aprenden con palabras, lo hacen con imágenes». Como ejemplo pone el del maestro que dice que para mañana te aprendas la tabla de multiplicar, «y hay cerebros que no memorizan algo que no han tocado primero. Son niños-máquinas de aprender, pero a su manera que, por cierto, es mejor, que los que aprenden sin saber de qué se trata»
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11/08/2010