Una persona con síndrome de Asperger no entiende por qué tiene que saludar en el portal al cruzarse con un vecino, o por qué no puede preguntar lo que le apetezca en ese momento. Metáforas o doble sentido no entran en su mente. Son claros y directos, tanto, que a veces, los que no entienden su discapacidad invisible les dan de lado y dejan de tener amigos.
En este mundo se introdujo, sin conocerlo de antemano, la joven Ángela Rage, cuando solicitaron su ayuda en un programa de voluntariado. Entró por la puerta y observó cómo en una clase los cuatro alumnos con síndrome de Asperger habían estado callados sin dirigirse la palabra unos a otros más de 20 minutos. No les importa, les falta la iniciativa y uno por otro, la clase estaba en total silencio hasta que llegó esta psicóloga y voluntaria. Se hizo un hueco en este grupo donde las interacciones sociales están limitadas. Esta discapacidad hasta hace poco tiempo se confundía con el autismo, hasta que se descubrió que lo que les ocurría a estas personas era que tenían un interés restringido.
De este mundo han salido muchos informáticos, asegura Ángela. Ellos pueden hablar horas de informática porque es lo que les interesa por lo que tenemos que tirar de uno de esos hilos para hilvanar una conversación e intentar abarcar otros ámbitos de la vida. Ragel reconoce que no son personas cariñosas, pero «te toman confianza y al final se sienten a gusto contigo». Al inicio de su voluntariado, Ángela cogió como oro en paño tres consejos de la psicóloga que trabajaba con ellos. «Mucha paciencia para evitar que se pongan nerviosos y nada de frases hechas o de doble sentido», le dijo.
Aunque son un grupo muy heterogéneo en la Asociación de Síndrome de Asperger de Córdoba se ven lo logros poco a poco, como lograr introducirlos en el mundo laboral.
Con estos pequeños pasos adelante, esta joven está a gusto y satisfecha al tiempo que aprende para llevar prácticas psicológicas a la Unidad de Día de Discapacitados de Fepamic. «Son lecciones de vida, que te sirven a ti misma, porque observas comportamientos asociales que tú misma pretendes corregir», asegura esta voluntaria. Tanto es así que Ángela reconoce que ya a su pareja las cosas se las deja «claritas sin lugar a equívocos, ni a malentendidos, y la vida es mucho más fácil».
Una de las asignaturas pendientes de estos jóvenes con Asperger son sus relaciones sociales y su tiempo de ocio. La mayoría vive con su familia y no son totalmente independientes, y tampoco cuentan con muchos amigos. Lo que más les cuesta es tomar un café con alguien o iniciar una conversación. Esto es un mundo para ellos. Hasta hace poco tiempo, la Asociación de Síndrome de Asperger contaba con un taller subvencionado denominado «Ocio y tiempo libre» que ha desaparecido por la pérdidas de subvenciones por parte de las Administraciones local y autonómica.
Era buenísimo para ellos aprender a moverse en la calle, a iniciar conversaciones, a salir de cañas y relacionarse con los demás, es justo lo que más les cuesta en su vida diaria, recuerda Ángela.
Esta voluntaria asegura que mientras el trabajo se lo permita continuará «enriqueciéndose y formándose» con estos chicos porque es una cuestión «personal», una decisión que no le cuesta trabajo y de la que no se quiere separar. Aún así, a Ángela le queda tiempo para cuidar de su huerto ecológico La Acequia unas cuantas horas al mes y obtener la mejor cesta de verduras y frutas junto con un grupo de personas en un innovador proyecto de cooperativa que cuenta con decenas de cordobeses «enganchados» a estos huertos.
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14/07/2010
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