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Un infarto cerebral a los 35 años ya no es un hecho anecdótico

Enrique Fernández, de 39 años, iba conduciendo cuando empezó a notar un hormigueo en una mano. Paró en el arcén y se dio cuenta de que no podía articular ninguna palabra inteligible. Asustado, solicitó ayuda a una amiga a través de un SMS. A partir de ahí, todo fue muy rápido: una ambulancia lo trasladó al Hospital de Guadalajara y desde allí le derivaron al Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Le atendió el equipo de Jaime Masjuan, jefe de la Unidad de Ictus del centro y coordinador del Grupo de Estudio de enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

El especialista confirmó que Enrique había sufrido un infarto cerebral y enseguida supo que, con toda probabilidad, la causa había que buscarla en los hábitos nocivos del afectado. «Fumo dos paquetes diarios de tabaco», confiesa. Además, padece hipertensión, apenas cuida su alimentación y realiza muy poco ejercicio físico. Sin embargo, está dispuesto a cambiar: «Ya veré si lo consigo o no, pero esa es mi intención».

Angelines Santillán, de 50 años, ingresó en el hospital madrileño el mismo día que Enrique, pero experimentó los primeros síntomas mucho antes. «Estaba en casa tumbada viendo la televisión cuando empezó a 'bailarme' mucho el corazón. Sentí como si se me hubiera ido la cabeza», relata. «Pensé que serían los nervios y decidí acostarme. Pero estuve toda la noche sin dormir y a las seis y media de la mañana llamamos al teléfono de urgencias». Finalmente, llegó a las manos del doctor Masjuan, quien observó que el gran sobrepeso de la paciente ha sido el peor enemigo para su cerebro, así como para su corazón, ya que también padece una arritmia.

Enrique y Angelines vivirán para contar lo que les ha pasado. «Los dos han tenido mucha suerte porque se van a ir prácticamente sin ninguna secuela y vamos a adoptar medidas de prevención secundaria muy eficaces para reducir el riesgo de que tengan un nuevo ictus», asegura el neurólogo que les ha tratado.





CONCIENCIACIÓN



No todos aquellos que sufren precozmente un accidente cerebrovascular tienen la misma fortuna. Según datos de la SEN, cada año mueren por esta enfermedad en nuestro país más de 3.800 personas menores de 55 años, casi 800 más que todos los fallecidos por accidentes de tráfico durante 2008. «Estamos viendo a pacientes cada vez más jóvenes», asegura el doctor Masjuan, quien tiene claro que «la causa principal de este incremento están siendo los malos hábitos de vida de la gente: el tabaco, la hipertensión arterial no conocida, el estrés, una dieta inadecuada, realizar muy poco ejercicio físico...».

'Por nuestra juventud, que tu cerebro siga vivo'. Este es el lema del Día del Ictus, que se celebra hoy con el objetivo de desterrar la idea de que esta patología, que afecta cada año a entre 120.000 y 130.000 españoles, únicamente causa estragos en los más entrados en años. Tal y como explica el representante de la SEN, «alrededor del 10% de todos los casos que se registran se produce antes de los 55 años».

El ciclista Alberto Contador es un buen ejemplo de que el problema se puede presentar a cualquier edad. Hace unos años sufrió una hemorragia cerebral de la que se recuperó tras ser operado en el Hospital Ramón y Cajal. La SEN le acaba de otorgar el Premio Ictus 2009 en la categoría social.

Contador sufría una alteración congénita en el cerebro que, lógicamente, no había forma de prevenir. Por debajo de los 35 años, la mayoría de los ictus suceden por este motivo, o bien por problemas cardiacos. Sin embargo, a partir de esa edad empiezan a cobrar importancia las costumbres nocivas que van haciendo mella de forma paulatina en las arterias y pueden acabar produciendo eventos cardio o cerebrovasculares.

Masjuan señala que la escasa concienciación de los más jóvenes respecto al ictus es un factor añadido a la batalla que libran los neurólogos, sobre todo, desde que existen tratamientos eficaces: la dificultad que entraña reconocer sus síntomas. «Pocas veces duele la cabeza. Por eso, los pacientes no suelen considerar urgentes sus síntomas, aunque sean realmente alarmantes, como dejar de hablar o perder fuerza en una mano. Muchos llegan muy tarde al hospital», indica el especialista.

Es lo que le ocurrió a Angelines, que, para empezar, ni siquiera había oído hablar del ictus antes de sufrirlo en primera persona. Ni conocía sus manifestaciones, ni sabía que constituye la primera causa de muerte en las mujeres ni que puede ser hemorrágico o, como en su caso, isquémico (infarto cerebral).

Si el accidente cerebrovascular no ha sido muy grave, la recuperación puede ser prácticamente total aunque no se trate pronto. Pero, dado que es imposible que el afectado sepa de antemano cómo será su evolución, debe acudir cuanto antes a una unidad de ictus.

Desde 2003 se aplica una terapia que ha reducido la mortalidad, la trombolisis, para disolver los coágulos sanguíneos. La medicación sólo puede aplicarse hasta cuatro horas y media después de la aparición de los síntomas, ya que si se hace más tarde el riesgo de hemorragia es muy alto. Cuanto antes se administre, menores serán las secuelas cognitivas y motoras. «Cada hora que se retrase el tratamiento es como si el cerebro envejeciese unos cuatro años», asevera Masjuan.

http://www.elmundo.es
8/12/2009

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