Con La cisura de Rolando , el platense Gabriel Báñez (1951) despliega una mirada irónica, ácida y reflexiva sobre la realidad, por medio de una valiosa humorada sobre el poder del lenguaje como constructor del mundo y de la literatura como energía cuestionadora de las falacias en boga. Ganador del Primer Premio Internacional de Novela Letra Sur, con un jurado integrado por Juan Sasturain, Claudia Piñeiro y Martín Kohan, el libro baraja un espectro de recursos relacionados con el humor que no desdeña la parodia, el absurdo y la sátira. Rolando proviene de una modesta familia bonaerense en la que el padre es médico y la madre, modista. A sus once años, el muchacho sufre una crisis por la que se le diagnostica afasia, debido a una extraña lesión en un sector cerebral llamado, paradójicamente, cisura de Rolando. Si bien se trata de una discapacidad temporaria, los profesionales a los que la familia acude no aciertan con un tratamiento adecuado. De la ciencia a la magia, la madre de Rolando intenta que el muchacho recupere el habla, pero la larga evocación en primera persona de ese período se detiene mucho más en las divertidas y extravagantes estrategias de comunicación escrita que el chico practica para vivir con su mudez. Una graciosa picaresca de la pubertad se va desgranando ante el lector, que disfruta del costado disparatado de la falta de habla así como de la perspectiva autónoma del que, sin poder hablar, transita el descubrimiento de la sexualidad. Sin embargo, en la segunda parte, años después, Rolando no sólo ha recuperado el habla sino que además, como ingeniero especializado en geodesia, designa el mundo con una relativa independencia respecto del lenguaje imperante. Para sobrellevar el abandono y el cambio de orientación sexual de su esposa así como una -para él- inusitada iniciativa de solidaridad con niños de la frontera con Bolivia, se sumerge en el desopilante delirio de la psicoterapia lacaniana, llevada a cabo por Danilo Moran, un "lacaniano peronista" que lo induce a ver la realidad como una trama conspirativa en la que sólo Perón pudo desactivar el "rizoma capitalista".
La novela, logradísima en su tempo humorístico y en el modo risueño en que obliga al lector a reflexionar sobre el lenguaje y la comunicación, no se priva de ahondar en las posibilidades expresivas de la escritura literaria ni en el exagerado valor de la interpretación en la cultura contemporánea. Gracias a su mudez infantil, el Rolando adulto se convierte en una entidad inusual que recibe y transforma tanto el nonsense de la verborragia lacaniana como las disparatadas explicaciones de la historia institucional argentina y de sus relaciones de poder. Báñez desnuda la mueca macabra de las jergas tergiversadoras del mundo, vivisecciona el ridículo de los lenguajes que construyen la realidad y logra enfocar sin tregua lo absurdo de lo cotidiano.
La clave del relato está en la condición de alegre víctima de Rolando, en la inexorable temporalidad de todo lo establecido y en su rara independencia respecto de la engañosa artificialidad de los lenguajes que nos determinan. La escritura, más allá de la literatura, como alternativa estetizada y sanadora de la "ficción" de la realidad, es el gran núcleo de esta espléndida novela en la que la sátira se modera con nostalgia y la comedia se expande desde la risa tierna hasta la genuina corrosión. El lector que atraviesa la historia de Rolando no sólo festeja la agridulce irreverencia de la revisión de los acontecimientos políticos recientes, sino que además se enfrenta con la máscara y el rostro de los autoritarismos verbales y se identifica con el desenfado de desprenderse del lenguaje impuesto, a la manera de una auténtica desobediencia civil
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31/03/2009