Veinte años después de que se realizara por primera vez en Europa, un nuevo estudio certifica que los pacientes con Parkinson moderado o avanzado se pueden beneficiar, y mucho, de la neuroestimulación cerebral. Los avances que se logran implantando dos electrodos en el cerebro son notables, como reducir los movimientos involuntarios o incrementar la calidad de vida, pero no se deben obviar los efectos secundarios.
En su primer número de 2009, 'The Journal of the American Medical Association' ('JAMA') publica un ensayo aleatorio que compara la eficacia de la neuroestimulación profunda con el tratamiento óptimo, sin cirugía, de cada paciente. Se realizó un seguimiento de seis meses de 255 participantes, que contaban con una edad media de 62,4 años y eran hombres en su mayoría (un 82%).
De ellos, 134 recibieron la mejor terapia ajustada a su perfil (fármacos, revisiones neurológicas, terapia física y ocupacional...). Al resto, se le implantaron dos electrodos en la base del cráneo para estimular el globo pálido medial (61 personas) o el núcleo subtalámico (60); esta técnica reduce la excesiva actividad que presentan los sujetos con Parkinson en esta zona cerebral.
Según los resultados obtenidos en la primera fase del trabajo, la neuroestimulación anuló la disquinesia, o movimientos involuntarios, durante 4,6 horas diarias. En el caso del otro grupo, este efecto no se logró mantener durante una hora. La función motora de los enfermos operados también mejoró a los seis meses: un 71% frente a un 32%.
"La estimulación cerebral profunda es superior a los tratamientos óptimos para recuperar la función motora y aumentar la calidad de vida de pacientes [...] con problemas de movilidad y sin un adecuado control de los síntomas, incluso en aquellos de más edad", concluyen los autores del trabajo, dirigidos por Frances M. Weaver, del Hospital Hines (Illinois, EEUU).
Tal y como explica a elmundo.es Jorge Guridi, neurocirujano de la Clínica Universitaria de Navarra, estos datos corroboran los obtenidos por un grupo alemán y publicado en 'The New England Journal of Medicine' en 2006. "En comparación con aquel, éste se ha realizado en distintos centros y cuenta con 100 pacientes más. Además, se basa en dos dianas: el globo pálido y el núcleo subtalámico. Sin embargo, el perfil de los pacientes es muy similar, lo mismo que los resultados obtenidos".
Los controvertidos efectos adversos
Uno de los puntos más controvertidos de este método, y que más han dificultado su establecimiento en la práctica clínica, tiene que ver con los efectos secundarios. Por eso, los autores recalcan la importancia de poner sobre la balanza el riesgo de complicaciones y el beneficio potencial de la intervención.
Aunque las consecuencias negativas estuvieron presentes en ambos grupos, éstas fueron bastante más altas entre los que se sometieron a la neuroestimulación. Principalmente, aparecieron infecciones tras la cirugía pero también se dieron alteraciones en el sistema nervioso, problemas psiquiátricos (ansiedad, depresión) y se registró una muerte por hemorragia cerebral. "Nosotros manejamos una mortalidad del 1% ó 2% cuando realizamos este tipo de intervenciones", declara el doctor Guridi.
En total, la cifra de efectos adversos -moderados o severos- entre estos pacientes fue de 659, frente a los 236 descritos entre los que no fueron operados. Muchos se produjeron durante los tres primeros meses de seguimiento pero, pasado medio año, la mayor parte se había solucionado.
En una segunda fase del estudio, los científicos pretenden aportar más datos sobre si es mejor estimular eléctricamente el globo pálido o el núcleo subtalámico. "Esos datos ya serán a mayor largo plazo, no sólo a seis meses, y probablemente nos dirán más cosas", añade el especialista de la Clínica Universitaria de Navarra.
Cuándo operar
Un editorial adjunto, también publicado en 'JAMA', incide en una de las claves que todavía están sin resolver: ¿cuál es el mejor momento para realizar la operación? Hasta ahora, se suele llevar a cabo en personas que han desarrollado la enfermedad, como mínimo, hace una década. Esto incrementa la severidad del trastorno y, por tanto, no se logra que remita sino que se consigue frenar sus síntomas.
"La mayoría de los que se someten a una cirugía de neuroestimulación han sido diagnosticados hace 10 años. Ya no pueden trabajar y ya han comenzado a padecer el declive psicosocial relacionado con el trastorno", apunta Günther Deuschl, de la Universidad Schleswig-Holstein (Kiel, Alemania).
"Hay que valorar las cirugías tempranas, que se realizan a los cinco años de haber sido diagnosticado, por ejemplo. Pero, el problema en esos casos es que los pacientes todavía no están tan incapacitados y no se atreven a operarse", argumenta Guridi.
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24/01/2009