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Dios mío, ¡es afasia!

“¡No puedo hablar!”. Esas fueron las últimas palabras que intenté decir. Y justo como eso, perdí mi habilidad de comunicarme, ¡de ninguna manera!

Fue una tarde de agosto de 2006 —en mi décimo aniversario de bodas. Estaba jugando con mi hijo de tres años en la sala, ayudándole a resolver un rompecabezas, de pronto sentí que algo no estaba bien dentro de mi cerebro.

Todavía en la actualidad, exactamente dos años después, no puedo explicar lo que estaba sintiendo, era algo así como un ataque de pánico —la sensación inminente de que algo terrible iba a sucederme.

Me puse de pie y corrí hasta la recámara donde mi marido estaba durmiendo la siesta. Coloqué mis manos a ambos lados de mi cabeza y ahogué un grito silencioso. Un grito —mudo— de terror.

Él se despertó con mi presencia y se levantó tan pronto como vio la expresión de mi cara.

Mi esposo, que es paramédico, trató de tranquilizarme. Después de un rápido examen, observó que algo estaba mal con mi sistema nervioso: yo podía sonreír solo con la mitad de mi boca, y mi lengua estaba orillada a la derecha.

Tenía 39 años, pesaba 52 kilogramos y estaba muy bien de salud. No pensé que podría ser demasiado serio, sin embargo, dicidimos acudir de inmediato al hospital más cercano.



El diagnóstico



Tan pronto como entré a la sala de Urgencias empezó todo: Tomografías Axiales Computarizadas (TACs), Imágenes de Resonancia Magnética (IRMs)… los médicos y enfermeras me habían colocado electrodos en todo el cuerpo, mientras susurraban tecnicismos cuyo significado no alcanzaba a comprender.

Al fin quedó claro que yo tenía una embolia. El lado derecho de mi cara estaba paralizado. Lo peor de todo, mi arteria carótida izquierda se bloqueó para siempre y el área del cerebro conocida como “centro del habla”, estaba muerta. Por lo tanto, no podía hablar.

Cuando digo “hablar” quiero decir que no podía “comunicarme” de ninguna manera: no podía escribir, dibujar, ni siquiera gesticular como una forma de lenguaje corporal. En otras palabras, no era capaz de expresarme por ningún medio.

El nombre de mi condición recién adquirida era “afasia expresiva”. Imagine una situación donde usted quiere desesperadamente decir algo pero simplemente no sabe cómo. No puede ni siquiera hacer un gesto para decir “sí” o “no”. Esa era mi condición.



Las estadísticas



Hay aproximadamente 5 millones 700 mil sobrevivientes de embolia en Estados Unidos. De hecho, es la tercera causa de muerte después de la enfermedad del corazón y de todas las formas de cáncer, y es la principal causa de incapacidad a largo plazo.

Entre los sobrevivientes, uno de cada seis desarrolla afasia. Aunque el intelecto y el juicio permanecen intactos cuando se tiene esta condición, nadie sabe ni entiende acerca de esto, debido a que los parientes y los amigos se enfocan en los síntomas más evidentes de la embolia, que es la parálisis.

Los médicos me dijeron que no volvería a hablar. De hecho, estaba tan desvalida como un recién nacido. Tenía que volver a aprender todo, tenía que navegar a través de la niebla presente en mi cerebro. En mi silencio necesitaba encontrar las palabras que correspondían a lo que pretendía expresar.

Tenía que pensar en los sonidos correctos de esas palabras, y finalmente tenía que aprender a usar los músculos de mi boca para tratar de producir los sonidos asociados a las palabras que no lograba pronunciar. Mi reto era volver a hablar.

www.lavanguardia.com.mx
30/08/2008

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