La vicepresidenta Jule Abad Aspiazu (Barakaldo, 1961) conoce sobradamente lo que es y lo que supone la dislexia. Habiendo tenido el problema en casa, no sólo se ha documentado por interés personal, sino que desde la asociación intenta informar y ayudar a las familias que se les presenta este problema. «Pretendemos dar a conocer este trastorno», asegura, «para que nos visualicen como colectivo y conseguir así la respuesta educativa y sanitaria que nos merecemos y que aún hoy es negada en muchos de los casos». Aunque la actividad de la asociación se centra en las familias, también oferta formación e información a los colegios y a cuantas personas se interesen por este trastorno.
- El problema de muchas familias es la detección de la dislexia.
- Es que no se puede diagnosticar de manera rigurosa, debido a la naturaleza neurobiológica de esta alteración, antes de los 8 años, pero sí podemos y debemos detectarla ya desde el segundo ciclo de Educación Infantil o desde el primer curso de Primaria. Los profesores, los pediatras y las familias debemos estar atentos a este trastorno, ahorrar años de sufrimiento y prevenir daños importantísimos en la autoestima y personalidad de estos niños y niñas.
- Previamente al diagnóstico, ¿se llega a atribuir al niño otro tipo de problemas e incluso a pensar que es un perezoso?
- Son niños inteligentes, muy despiertos y en principio nada indica que haya un problema importante detrás de cada uno de los errores que manifiestan. Así que los atribuimos a despistes, pereza, vagancia, falta de atención o mala actitud para aprender. Con ello, contribuimos sin darnos cuenta a que la dislexia se asiente, a que cada vez sea mayor la dificultad y mayor también el desánimo de los niños. Ellos, sin saber lo que les ocurre, son conscientes de que no aprenden como sus compañeros por mucho que lo intenten y se esfuercen.
- ¿El aula es el lugar donde mejor se pueden descubrir los casos de dislexia?
- Francamente, así debería ser, dado que el problema es de lectura y escritura, y es en el aula donde más se manejan esos aprendizajes y esas destrezas. Sin embargo, en muchos de los casos que vivimos desde la asociación, son las propias familias las que terminamos poniendo nombre a la dificultad, y para ello nos ayudamos de diagnósticos y tratamientos privados, largos y muy costosos, que no todos podemos permitirnos.
- ¿Están los profesores preparados, o avisados, para detectar este problema?
- Cada día vemos más sensibilidad por parte de las escuelas pero aún nos queda por recorrer un largo camino. En los mejores casos, donde el centro se pone manos a la obra, el profesorado también encuentra dificultades, falta de medios, formación y unas exigencias curriculares que abordar.
- ¿Necesitan estos niños una educación específica?
- Es fundamental trabajar específicamente las áreas que presentan retraso y eso debe hacerse desde la escuela con apoyos a los tutores, de la familia, el psicopedagogo y el logopeda. Todos a una. La calidad de vida en el aula y del aprendizaje aumentarán considerablemente y los niños podrán llevar el ritmo de sus compañeros.
- ¿De qué forma se debe ayudar a los afectados desde su propia familia?
- La familia juega un papel fundamental en el terreno emocional. Hay que hacerle saber al niño con dislexia que estamos de su parte, que conocemos sus dificultades, que no es culpable de que no le salgan bien las cosas. Y animarle para que no pierda el interés por el aprendizaje. El niño y la niña deben saber que valoramos su esfuerzo, que celebramos su trabajo y que confiamos en ellos. Que nuestro cariño y atención no tienen que ver con sus resultados académicos. Respecto a la escuela, debemos ponernos a su disposición y trabajar en las mismas directrices por el bien de los chavales.
Diario Vasco
27/08/2008