Cuatro parejas se mueven en círculo por la pequeña pista de baile al ritmo de un tango que se escucha en una grabadora. El resto de alumnos, aún no tan avanzados, está sentado en sillas rojas y verdes en fila contra la pared y observa a sus amigos. Se trata de una escuela única en el mundo, porque quienes aprenden tango aquí tienen síndrome de down.
A Martina el tango le apasiona, y muestra orgullosa sus nuevos zapatos de tacón alto, cuero negro, auténticos zapatos de tango. Todos los jueves pasa una hora en el colectivo -como se llaman los autobuses en Argentina- para llegar a su clase en el grupo de ayuda AMAR.
No es posible pensar la cultura argentina sin el tango. Es una música erótico-melancólica creada por inmigrantes nostálgicos a principios del siglo XX. El bailarín de tango permite al público a través de su interpretación personal del baile una mirada especial sobre la cultura argentina, asegura Carlos Rodríguez Robert, profesor en AMAR. "Lo mismo pasa con estos bailarines. Sólo que ellos tienen otras capacidades intelectuales", añade.
Robert está orgulloso de sus bailarines, sus artistas. Las cuatro parejas más avanzadas forman un grupo que ha estado de gira por todo el país. A veces la gente del público llora de emoción, relata. "La mayoría de la gente cree que las personas con síndrome de down no pueden hacer estas cosas", explica. Una opinión que cambia pronto cuando ven a sus "artistas".
Para los alumnos no es fácil aprender. "Gente como tú y como yo necesitamos un año para obtener un cierto nivel", señala Robert. En cambio, sus alumnos requieren a veces diez años, agrega el profesor, que tiene como apoyo en su trabajo a tres psicólogos. Muchos discapacitados tienen problemas motrices o de oído, otros tienen gran dificultad para expresarse.
Y tampoco es fácil la disciplina, porque a menudo es complicado mantener controlados a los alumnos. En cuanto a la música, los bailarines dejan a su acompañante y Robert y sus ayudantes tienen que formar nuevas parejas. Los alumnos se mezclan, se abrazan y se ponen a charlar. Robert tiene que hacer esfuerzos para que vuelvan a bailar.
Pero pese a todo, hace 30 años una clase así hubiese sido imposible. Entonces los padres solían ocultar a sus hijos discapacitados por vergüenza, afirma. También Pedro Crespi, de ASPRA, una organización de apoyo a los padres con niños con síndrome de down, ratifica que ha cambiado la forma en que se trata a las personas con discapacidad.
Apenas hace una semanas la presidenta argentina, Christina Fernández de Kirchner, firmó la convención de la ONU sobre los derechos de las personas con discapacidad, subraya.
Pero entre la ley y la realidad hay un gran hueco: pese a que legalmente está establecido que todo niño con discapacidad tiene derecho a recibir una educación especial, las escuelas públicas no lo cumplen por falta de fondos. Ofrecen esta posibilidad únicamente colegios privados.
"Eso hace que sólo los niños de padres acomodados tengan una formación escolar", lamenta Crespi. A causa de ello sólo aproximadamente el diez por ciento de todos los menores con síndrome de down van a la escuela.
Estas diferencias sociales continúan en el mundo laboral. El 80 por ciento de todos los argentinos son esta enfermedad no tienen trabajo, explica Crespi. El grupo de baile AMAR muestra sin embargo a los argentinos que las personas con síndrome de down no son desvalidos, sino que pueden ser buenos colaboradores, artistas y entregados bailarines de tango.
El Solidario (Argentina)
19/08/2008