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Afirman que las escuelas no saben detectar casos de dislexia.

En sus 21 años, Santiago Firpo tuvo dos batallas que afrontar. Una, en segundo grado, cuando le diagnosticaron dislexia, trastorno del aprendizaje que en los primeros años de escolaridad no le permitió aprender a leer ni a escribir, y por el cual recibió un tratamiento intensivo.

Pero la segunda fue más dolorosa: convencer a sus maestros de que su dislexia era un trastorno que efectivamente existía. No era una excusa para no estudiar; no tenía capacidades inferiores a las del resto de sus compañeros y sólo necesitaba métodos de aprendizaje distintos.

Mientras que en Canadá, Estados Unidos y Gran Bretaña existen leyes que consideran la atención de la dislexia y obligan a las escuelas y a los docentes a capacitarse para detectar y enfrentar esta realidad, no ocurre lo mismo en el sistema educativo argentino.

Se trata de una realidad muchas veces dejada de lado en los colegios. En la Argentina no existen datos oficiales sobre el número de pacientes que padecen este trastorno, una cantidad que, según los especialistas consultados por LA NACION, en el nivel mundial, oscila entre el 10 y el 15 por ciento. Los especialistas coinciden en que es posible corregir el problema si se advierte y se trata antes de los ocho años.

"Los colegios no están preparados ante este trastorno por muchas razones: hay falta de conocimiento; están centrados en métodos y contenidos, pero no en etapas de desarrollo; los docentes dejan que los chicos aprendan solos, y no hay una ley que obligue a contemplarlo", dijo a LA NACION la fonoaudióloga Isabel Galli de Pampliega, ex directora del Centro Interdisciplinario del Lenguaje y Aprendizaje (CILA).

La profesora Graciela Borrás de Xanthopoulos, directora del colegio Saint Mary of the Hills, de San Fernando, consideró que la manera de enseñar en la escuela ha evolucionado, pero no a la velocidad deseada. "Hay un avance, pero es cierto que no todos los colegios saben cómo tratar la diversidad en el aula. No es fácil. No se formó a los docentes ni a los directivos para enseñar de distintas formas y frente a un alumnado heterogéneo", opinó.

En la escuela que dirige funciona un gabinete de cuatro psicopedagogos y una psicóloga que trabajan en adaptaciones curriculares, según las necesidades de cada alumno. Pero admitió, sin embargo, que "no todos los colegios pueden entender que este trastorno existe".

Para la lingüista especializada en niños Florencia Salvarezza, jefa de la Clínica de Dislexia del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco), las escuelas deberían comprender los procesos básicos del desarrollo y saber que la alfabetización es un proceso del lenguaje.



Formar para detectar



"Es cierto que un docente no tiene por qué estar preparado para hacer un diagnóstico, pero sí puede capacitarse y aprender las herramientas para entender los distintos procesos del desarrollo normal y así pedir la ayuda adecuada, en caso de detectar un problema en el aprendizaje", observó Salvarezza.

"Lo más feo de todo es que los profesores y los rectores no te escuchan; te dicen que te esfuerces más, te hacen sentir inferior y, como no te dedican más tiempo, sentís la impotencia de saber que podés, pero sin saber cómo", comentó el joven Santiago, tras admitir que no tiene un recuerdo feliz de su paso por la escuela.

Pero las dificultades fueron más lejos. "Hasta los directivos me decían que no usara la dislexia como excusa para no estudiar, cuando en realidad me la pasaba estudiando el doble o el triple que mis compañero", añadió. Según contó, todos los jóvenes disléxicos con los que habló tampoco fueron tenidos en cuenta en sus escuelas.

"No lo cambiamos de colegio porque cada vez que íbamos nos decían que modificarían algo, pero después no lo hacían", asintió su madre, Florencia de los Santos.

La fonoaudióloga Galli de Pampliega está acostumbrada a enfrentar estos escenarios. "En cada caso que trato, me acerco al colegio con el neurólogo, con cartas médicas y con los padres para pedir colaboración en la enseñanza. Muchos escuchan pero, como no están de acuerdo, todo queda en legajos y carpetas que ni siquiera se abren", observó la especialista.

"Sin una ley, sólo queda la buena voluntad. Pero para que quede plasmado en los colegios, se debe regular", insistió la especialista.

Acostumbrado a que los profesores le dijeran que era una excusa, que debía esforzarse más, que debía estudiar un poco más o hasta que la dislexia no existía, Santiago se sorprendió cuando rindió exámenes internacionales. "Llegué con la constancia médica de mi dislexia y me dieron automáticamente más tiempo en el examen y un método diferente para las respuestas. Es increíble que en mi país no me reconozcan y que sí lo hagan en las pruebas del exterior", se lamentó el joven.

Pese a las complicaciones, Santiago triunfó en una de sus dos batallas, y es hoy un excelente estudiante de administración de empresas en una universidad privada.

Los especialistas consultados por LA NACION coincidieron en que la prontitud del diagnóstico es fundamental para el tratamiento de la dislexia.

Recomiendan hacer consultas ante los siguientes síntomas:

Si el niño terminó primer grado y no aprendió a leer.

Si olvida nombres de compañeros o le cuesta recordar palabras.

Cuando leen letra por letra, pero no unen la palabra.

Leen con dificultad o con demasiada lentitud.

Entre otras propuestas que pueden poner en marcha las escuelas se destacan las siguientes:

Capacitar a los maestros en la detección de los síntomas.

Es fundamental promover exámenes orales y no sólo pruebas escritas.

Permitir que las respuestas en los exámenes sean breves o se transmitan a través de conceptos que no requieran una larga elaboración.

Promover el funcionamiento de gabinetes psicoedagógicos en las escuelas.



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