El ingenio de los estudiantes, siempre pioneros en inventar trucos con objeto de mejorar su puntuación, ofrece a veces sorpresas insospechadas y alcanza niveles dignos de un Premio Nobel. Es de todos conocida la clásica chuleta de papel escondida en alguna parte estratégica, que con el tiempo se ha convertido en un discreto «soplo» en el móvil. Hoy el nuevo método para obtener prestaciones de alto voltaje es el «doping intelectual», cuyo objeto es aumentar la capacidad mental y conseguir esa supermemoria tan deseada en tiempo de exámenes.
Este exclusivo método, que reemplaza al café y las aspirinas que los estudiantes de antaño tomábamos para poder estudiar durante las altas horas de la noche, se ha convertido en la última moda entre los alumnos de las Escuelas Superiores y Universidades. Consiste en ingerir fármacos dedicados a los enfermos mentales o que sufren la enfermedad de Alzheimer para así dar más vitalidad a las neuronas del cerebro.
Surgió, como no podía ser de otra manera, entre los estudiantes de la Facultad de Medicina de Estocolmo durante una clase sobre el cerebro humano. Al explicar un catedrático cómo ciertas sustancias mejoran la memoria de los pacientes seniles y de otras enfermedades de la mente (denominadas ABHD), un avispado futuro médico preguntó al profesor si esos fármacos tenían los mismos efectos en una persona sana. La respuesta afirmativa, seguida de la explicación sobre su empleo, que no presenta efectos negativos conocidos... a corto plazo, lanzó a un grupo de estudiantes a experimentar buscando la memoria perfecta y una mente en forma.
A toda red
Días más tarde, la influencia de esas pastillas y la forma de adquirirlas por la red transitaban de fotocopia en fotocopia por las aulas, las cafeterías y los clubs universitarios. Sus virtudes supuestas corren de boca en boca y el consejo del amigo o compañero mueve a muchos jóvenes a probar el método a ciegas y sin control. Se asegura que favorecen la lucidez mental, vencen el sueño, aumentan la capacidad intelectual y, sobre todo, generan la facultad de recordar sin esfuerzo.
Martin Ingvar, profesor del Instituto Karolinska de esta capital, comenta que los humanos siempre hemos usado sustancias estimulantes que influyen en el cerebro y nos hacen trabajar mejor: «En tiempo de guerra se daba a pilotos de los cazas pastillas que hoy se clasifican denarcóticas. Todos tomamos café para animarnos. Esos fármacos, por ejemplo el Exolon con su componente kivastinin (hay varios en el mercado), tienen efectos también estimulantes que mejoran la memoria y aumentan la comunicación en las «carreteras por donde pasean los nervios del cerebro».
Asegura el doctor que sirven además como placebo, ya que la idea de haber tomado esas medicinas «milagro» es suficiente para aumentar nuestro nivel de concentración. El catedrático califica, no obstante, la nueva costumbre de «preocupante»: «Hay diferentes opiniones sobre sus efectos pero no podemos asegurar que su ingesta sea totalmente contraindicada». Aunque sí aconseja a los estudiantes que prueben como alternativa dormir una hora más cada día.
ABC
12/02/2008