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Una discapacidad te roba muchas cosas. Nadie te mira como una persona normal. Mucho más si perdiste los cuatro miembros: las piernas y los brazos.
En las calles, la gente me ve con curiosidad, como si fuera un bicho raro. Tal vez parezco de otro planeta, pero soy un ser humano. ¿Qué pensarán? Guau... ¿Qué le pasó a esa niña? No saben nada.
Mi abuelo, a quien considero mi padre porque me crió con mi abuela, fue ferroviario. Trabajaba en el pueblo en que nací, Villazón, en Bolivia. Es más grande que el lugar donde vivo: Tupiza, Potosí.
Yo solo tenía un año y ocho meses (cumplirá 17 en octubre). Jugaba en la vía del tren, en Villazón. Me quedé dormida y el ferrocarril me pasó encima. Cuando mi papi llegó me desangraba, mucha gente observaba todo, según dicen.
En el hospital, los médicos dijeron que mis huesos estaban astillados y mi piel, mi carne, muy lastimada. No había salvación. Tuvieron que amputarme los cuatro miembros, no podían hacer nada.
En el accidente me golpeé la cabeza y por eso a los 5 años empecé a grabar en mi mente lo que ocurría. Recuerdo que permanecía en cama todo el día, con vendas.
Me harté, me picaban, me fastidiaban. Por eso retiré todo el vendaje que cubría mis muñones. Salté de la cama y plum me caí al piso. Ji, ji, ji... me dolió, pero me levanté. Siempre duele.
Mi papá vio cómo empecé a caminar solita con los muñones. Al principio se asustó, pero en el subconsciente él y mi mami (abuela) se sienten aliviados con mis logros. Saben que el día en que me falten no necesitaré de nadie.
Desde los 10 años voy al sanitario y me ducho sola. Sentía vergüenza de que mi madre me acompañe. No le cuento ni a mi sombra la forma en que me desenvuelvo en ese espacio.
Para comer, mi papi me diseñó un aparato de cuero. Sirve para que el muñón se eleve y llevar la cuchara hasta mi boca.
También barro y arreglo la casa con mis muñones. A los 7 años me regalaron pinturas y aprendí a dibujar sujetándolas entre la cabeza y el hombro. Me hubiera gustado ir a la escuela, como todos.
Pero la profesora de Tupiza les dijo a mis padres que los alumnos me pondrían atención a mí y no a la clase. Es difícil tener una discapacidad de cuatro miembros...
Sin embargo, en Tupiza tengo amigos de verdad. Ellos son diferentes como yo. Algunos tienen síndrome de Down, otros amputaciones en brazos o piernas.
Ellos no me miran como si fuera un bicho raro. Se preocupan por como estoy, me dicen hola y conversamos sobre lo que hemos logrado sin tener los miembros. También de las dificultades que encontramos en la calle.
Sin rampas, para un parapléjico es complejo movilizarse en silla de ruedas. Se necesita de alguien.
Alrededor de otras personas con discapacidad me siento entendida. Es como cuando se juntan los periodistas y hablan de sus noticias, es su lengua.
Solo he sentido desesperación con una amiga que no habla ni escucha. No puedo comunicarme a través del lenguaje de las señas.
En Tupiza no me encierro en mi mundo. Tantas cosas pasan por mi cabeza, pienso que nadie me quiere. Pero ya entendí.
De lo contrario me seguiría doliendo. Trato de acomodarme al mundo así como es. Antes sufrí, pregunté: por qué a mí.
Muchas personas me han dicho que es un milagro que esté viva. Pude haber sido otro caso más de alguien que muere atropellada, la entierran y la olvidan con los años. Por algo estoy aquí. Dios lo quiso.
Algunos amigos quieren quitarse la vida. Pero debemos mostrar que el mundo no es solo para jóvenes normales entre comillas.
Estoy en Quito porque un inglés quiso ser mi padrino. Costeó el viaje, también mi vivienda, el transporte, las prótesis y la rehabilitación en la Fundación Hermano Miguel. Me da tanto afecto, aunque no tendría por qué hacer nada por mí, no me conocía. Él consiguió que el Embajador de Bolivia me visite. La segunda vez trajo empanadas para todos.
Hay buenas personas en Ecuador. Patricia Rangel es la terapista y mi súperamiga que me ayuda a manejar mis brazos ortopédicos, me enseñó a peinarme, a tender la cama... con los ganchos.
Una profesora me ayuda para terminar la primaria. En unos tres meses volveré a Bolivia, estudiaré la secundaria y luego psicología. Quiero que la gente se desahogue conmigo y ayudarla...
Los sitios de ayuda
La Fundación Hermano Miguel se especializa en dotar de ayudas técnicas. No las donan, pero se preocupan por brindar atención antes, durante y después. No venden prótesis, rehabilitan, según su directora María Eugenia de
Suárez. Están en la calle Colimes 338 y av. Granados. Teléfonos: 225 9017, 225 9018, en Quito.
En la clínica Protéus también le ofrecen atención. Hay todo tipo de prótesis, de distintas tecnologías y precios. Le asesoran para decidir qué tipo de equipo le conviene usar, según la actividad que realiza, su peso, talla y edad.
Están en la calle San Gabriel Oe 688 y Francisco Alava. Puede llamar al 243 7479, en la capital.
Las prótesis no se colocan inmediatamente después de la amputación. Antes debe haber un proceso de cicatrización de la herida, los muñones se ejercitan para resistir a un cuerpo extraño. Los médicos dicen que deben pasar por lo menos seis meses.
David Krupa, estadounidense experto en el tema, estará en el país. Asesora a la clínica Protéus. Elabora prótesis que permiten que quienes las usan naden, usen bicicleta... Es decir, que lleven una vida lo más normal posible. Él también tiene una, bajo la rodilla.
El comercio
3/09/2007