Amaneció con un sol esplendoroso. Kevin, David, Harris, Amparo y Rodrigo, de entre uno y cinco años de edad, esperaron sonrientes y disciplinados su turno para besar a "Maru", la loba marina, y tocar a "Lía", la delfin, ejes de la terapia con la que sus profesores tratan de mejorar la calidad de vida de estos niños con necesidades especiales

"Trabajamos con menores con síndrome de down, autistas, con retraso mental y parálisis cerebral", comentó a la AP Gisel Bravo, educadora del Acuario Nacional de Cuba.

Esta terapia se realiza con niños de edades tempranas "mediante actividades de estímulo adaptativas que les proporciona una mayor independencia y sociabilidad, entre otros", agregó la docente al narrar los beneficios de lo que en el mundo se dio en llamar "delfinoterapia".

Bravo, de 40 años de edad, lleva 11 en este centro científico y unos nueve desarrollando su plan para niños con necesidades especiales.

Actualmente, se atienden allí a unos 35 menores con estas características, aunque también se realizan proyectos, círculos de interés y visitas a toda suerte de pequeños.

Fundado en la década de 1960, el Acuario Nacional de Cuba es sede de referencia para los investigadores del hábitat marino de la isla y cuenta con una muestra de especies abierta al público, incluido un show con delfines y lobos marinos como "Lía" y "Maru".

Con sus ojos enormemente abiertos, dando brincos y entre sonrisas los niños especiales de Bravo iniciaron sus "clases" aquí en octubre con la periodicidad de una vez por semana --una hora y media--.

Para conformar los grupos, Bravo y su equipo se coordinan con escuelas especiales de la capital y también reciben a aquellos que traen sus familiares. Paralelamente, se mantiene un taller para padres.

"Los niños reciben esto con amor, ellos quieren venir y esta terapia natural mejora su calidad de vida", manifestó Bravo, a quien los chiquillos literalmente casi tiraron al piso entre cariñosos besos y reclamos de atención.

"Para un autista permanecer sentado 5 ó 10 minutos esperando su turno es un verdadero logro de regulación de conducta", señaló orgullosa esta docente a quien no se le borró ni una vez una ancha y dulce sonrisa.

La sesión de ese día se inició con "Maru", los menores la tocaron, imitaron sus movimientos y les dieron besos. Cantaron y bailaron con la simpática loba marina, mientras aprendieron a distinguir de arriba a abajo y las partes del cuerpo humano.

Poco después todos se descalzaron para ir a ver a "Lía" y "Lili", delfines con las cuales interactúan en el agua. En algún momento también dieron de comer a las tortugas.

"Son animales entrenados inicialmente para espectáculos, pero a mi me gusta mucho el trabajo con los niños especiales, es muy enriquecedor", comentó Yaliagni Guerrero, una de las cuidadoras de los animales.

Fue difícil sacarlos del agua y hasta el pequeño Michael de un año y medio se resistió a abandonar las enormes piscinas.

Para la abuela de del niño, María Elena Maestu, las horas en el Acuario Nacional de Cuba son una apuesta por su nieto y por la vida. "Ellos socializan mas, pierden el miedo", expresó.

Michael tiene síndrome de down y viene con ella y su madre desde la barriada de Luyanó, alejada unos 20 kilómetros, en una ciudad en la cual transportarse tiene sus dificultades.

"Creo que el niño puede ser útil a la sociedad y valerse por sí mismo", reflexionó antes de recordar aquel alumbramiento.

Aunque en Cuba se ofrece --gratuitamente-- estudios cromosómicos y genéticos a las embarazadas mayores de 35 años, la madre de Michael tenía menos de 18 y no supo la condición de su hijo hasta después del parto.

Agencia AP
10/06/2007