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“Siempre trabajé con discapacidad, pero hace un par de años empecé a interesarme en la tartamudez a partir de la derivación de una colega. Empecé a estudiar y me di cuenta de que para trabajar con tartamudez tenés que tener algunas condiciones que yo no sabía que tenía hasta que las puse en práctica. Tiene que ver mucho con la escucha del otro, con qué manifestaciones no sólo pasan por lo que se dice sino por el cuerpo y qué sucede con quien escucha a alguien que no habla de forma fluida. Entonces me atrapó el tema e interesé en ver qué pasaba en ese tipo de relaciones. El tratamiento empezó a funcionar, entonces me entusiasmé más y surgió la necesidad de seguir capacitándome y trabajando en eso”.
Fonoaudióloga egresada de la Universidad del Salvador, docente de la UBA y del Instituto 20 en el profesorado de Educación Especial con orientación neurolocomotora, Marcela Zadra trabajó durante muchos años en el Centro de Parálisis Cerebral y otros centros especializados en rehabilitación neurológica en Buenos Aires. En Junín se destacó por trabajar principalmente con personas con discapacidad. Desde hace unos años, integra AYRE –Asistencia y Rehabilitación Especializada-, junto con otros colegas especializados en esta área.
Qué es la tartamudez. Una de las primeras distinciones que hace Marcela Zadra es entre una disfluencia típica de una atípica. “Hay épocas en el desarrollo del lenguaje que se conoce como disfluencia típica, que son trabas o repeticiones aisladas y que no registran aumento de la tensión a nivel corporal. Cuando las repeticiones son más de tres, se prolongan en el tiempo y hay un aumento del tono muscular o algún tipo de condicionamiento a nivel corporal ahí se habla de disfluencia atípica; es decir, tartamudez”, explicó. Algunas de las manifestaciones corporales son la ruborización, el aumento de la sudoración, del tono muscular en distintas partes del cuerpo, las muecas, etc.
Las manifestaciones suelen ser repeticiones de sonidos, sílabas, palabras e, incluso, interrupción de palabras. En general, la mayor dificultad radica en los fonemas oclusivos [p], [t], [k], pero los bloqueos pueden afectar también otros. La fonoaudióloga se mostró preocupada por las consecuencias que tiene esto en la persona que lo padece. “Imaginate la cantidad de esfuerzo que requiere para una persona evitar esa palabra en la que piensa que quizás se va a trabar. El sujeto hace todo un rodeo para evitar esa palabra y es un gasto de energía enorme que afecta el proceso cognitivo y la interacción social, pierde tiempo concentrado en eso cuando podría desenvolverse con mayor comodidad y desplegar un potencial que termina siendo desaprovechado”, expresó.
La tartamudez se da por diferentes factores. “Hay factores hereditarios fuertes; aunque no necesariamente se hereda, existe una gran posibilidad de que aparezca. Hay una forma de funcionamiento cerebral que es distinta en la persona que tartamudea que es lo que justamente afecta a la fluidez; hay factores emocionales que hacen que ese síntoma se manifieste o no. Además, hay factores ambientales, es decir del medio, que generan las condiciones para que aparezca o no; por ejemplo, situaciones de mucho estrés, cambios por mudanza, cambio de escuela, fallecimiento de alguien, separación de los papás, niveles de exigencia elevados en relación al lenguaje, etc.”.
Cómo se trabaja. “Con los chicos que son chiquitos se trabaja mucho con la familia; cuando están en edad escolar hay que trabajar con docentes y con el grupo de pares. A veces es necesario hacer una intervención con el grupo. Con adultos lo que trabajamos es un habla cómoda o lo más cómoda posible. Para eso hay que hacer primero un trabajo de reconocimiento y aceptación -ya sea por parte de los padres, si se trata de un niño, o del mismo individuo si se trata de un adulto- para poder intervenir. Siempre es necesario dar información porque el tema de la fluidez genera incomodidad. Hacemos hincapié en tratar de escuchar lo que la persona tiene para decir más que cómo lo dice. Si bien estamos atravesando una época en el que el tema de las comunicaciones está ampliamente desarrollado porque nos comunicamos todo con todo el mundo todo el tiempo, hay fallas importantes en las interacciones familiares y dentro del ámbito escolar. Si vos hablás con adultos disfluentes, todos han pasado por situaciones de mucha frustración y han padecido discriminación. Hay relatos de adultos en que han sido invitados a cambiarse de escuelas y han sido considerados discapacitados mentales”, expresó la especialista.
Reversión. Es importante acudir a un profesional apenas se sospeche la tartamudez. Antes de los 5 años existen grandes posibilidades de que se revierta totalmente; no quiere decir que después no se pueda pero sí es más complicado puesto que ya se han incorporado conductas que responden a la evitación o ya se ha instalado el síntoma. “Se puede compensar; o sea, no es que no exista sino que se puede compensar. El adulto ya estableció estrategias que pasan por el cuerpo”, comentó la especialista. En esos casos, entonces, se trabaja el acto motor del habla, las actitudes y otras cuestiones que hacen que uno puedas compensar y hablar con comodidad para que no sea un padecimiento ya que todos necesitamos comunicarnos. “Pensemos en la situación cotidiana de necesitar hablar por teléfono, pedir un turno para un médico, o simplemente un envío a domicilio. Hoy en día más o menos te las arreglás con el whatsapp. Pero era complicado pedir algo en el kiosco del colegio; te pasan por arriba. Postularse a determinado trabajo, cuestiones vitales que se convierten en una pesadilla” explicó.
Nuestro aporte. El foco de la especialista está en cómo tratamos este fenómeno como sociedad: la tolerancia y la información a pedir de boca. “Nos hace falta trabajar mucho con la sociedad; ya sea familia de convivencia, la familia más extensa, escuela, trabajo. Todos tienen una receta para manejarse, pero cualquier cosa que vos le digas a una persona con disfluencia afecta aún más su forma de hablar porque no es algo que pueda evitar. Si pudiera, lo haría. Entonces hay que trabajar en que se aprenda a escuchar lo que el otro tenga para decir más que cómo lo dice. Tampoco debemos terminar lo que quiere decir el otro. Hay que demostrar que uno está prestando atención a lo que dice, está escuchando y que no tiene apuro. No decirle sino demostrarlo. Y en esta época, tomarte ese tiempo es bastante complicado. Estamos todos con poco tiempo y eso genera mucha ansiedad. Por eso, se trabaja con el entorno: hay que entrenar a los papás porque son los primeros modelos de comunicación y también a los docentes y a los grupos de pares del nivel que sea”, concluyó Marcela Zafra.
La verdad
15/09/2017