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Estudios recientes revelan tratamientos más eficaces y una mejor comprensión fisiológica del tartamudeo.
Seguramente en alguna ocasión hayas escuchado a alguien hablar prolongando ciertos sonidos o sílabas, repitiendo una y otra vez la misma palabra antes de terminar una frase. Se trata de una persona con tartamudez, un trastorno del ritmo del habla que en nuestro país afecta a cinco de cada 100 niños y a dos de cada 100 individuos adultos. Estas cifras son bastante significativas e importantes, ya que sugieren la posibilidad de remitir esta alteración de la comunicación con los años gracias a la detección precoz y un tratamiento posterior adecuado.
La tartamudez genera una serie de efectos psicológicos muy graves en el estado de ánimo y la autoestima de aquellos que la padecen, la mayoría asociados a sentimientos de vergüenza, miedo, enfado, ansiedad y frustración. El hecho de no poder expresarse de forma clara y fluida lleva en muchas ocasiones incluso a cuestionar la inteligencia o la habilidad emocional de los tartamudos, provocándoles una sensación de falta de control que deriva con bastante frecuencia en depresión. No obstante, a pesar de las creencias populares, la tartamudez no es producida por la ansiedad, sino que tiene lugar debido a un funcionamiento deficiente de los centros del habla del hemisferio izquierdo, que se intenta compensar con un mecanismo propio del hemisferio derecho.
Gracias a dos estudios llevados a cabo por investigadores de la Universidad de California en Santa Bárbara, se ha obtenido nueva información acerca del tratamiento y posible cura para el tartamudeo, así como una mejor comprensión de su base fisiológica. En la primera investigación, publicada en la revista American Journal of Speech-Language Pathology, se compara un nuevo tratamiento con los que se venían aplicando tradicionalmente hasta la fecha, mientras que en la segunda, (que aparece en el Journal of Speech, Language, and Hearing Research), se analizan imágenes de las áreas afectadas de la materia blanca en el cerebro de varios individuos tartamudos adultos.
Al examinar ambos estudios en conjunto, los investigadores llegaron a dos conclusiones fundamentales, que ya se han convertido en puntos clave para entender mejor este trastorno del habla: existe una anormalidad neuroanatómica en los cerebros de las personas que tartamudean, sin embargo, dichas personas sí son capaces de aprender a hablar con fluidez a pesar de que su cerebro presente este problema.
Gracias a un programa intensivo diseñado para prolongar la duración de los discursos, es posible enseñar a los tartamudos a reducir la frecuencia con la que se producen los intervalos entre fonema y fonema en una palabra, mientras estos están hablando. A través de un software en el que se registra la voz del tartamudo, se proporciona información en tiempo real para que éste tome consciencia de la duración y de los sonidos que repite con más frecuencia, y de este modo pueda aprender a reducir su incidencia, lo que mejora significativamente la fluidez.
Se trata de un programa formado por varias fases, en el que los participantes se enfrentan a tareas del habla cada vez más complejas. Además, el sistema requiere bastante constancia para lograr unos resultados óptimos. Normalmente, la persona realiza distintas actividades durante dos o tres horas al día, y el tratamiento se lleva a cabo durante varios meses hasta que se empiezan a observar notables mejoras en la comunicación.
Además de ser considerada como una condición psicológica o emocional, la tartamudez presenta una base neuroanatómica y fisiológica situada en el cerebro. Empleando un escáner de resonancia magnética para examinar la materia blanca cerebral de diferentes individuos tartamudos, el profesor Grafton y sus colegas descubrieron que éstos compartían varias anomalías en el fascículo arqueado, una de las principales vías que conectan las áreas del lenguaje del cerebro.
En el futuro, los investigadores pretenden estudiar los cerebros de tartamudos que han superado este trastorno, para ver si verdaderamente la sustancia blanca puede recuperarse tras un tratamiento progresivo.
omicrono/ciencia
19/10/2016