T ras la publicación de mi anterior artículo titulado "¡Otra reforma educativa!", algunos amigos y otras personas relacionadas con la docencia me dicen que la "Ley Wert", como ha sido designada la nueva Ley de Educación (LOMCE), supone un agravio para los maestros y profesores al poner en entredicho su capacidad para evaluar a sus alumnos, ya que prevé que las evaluaciones a finales de las etapas escolares sean externas al centro de enseñanza, es decir, sin intervención de dichos docentes. Afirman que tal como está ahora es suficiente con una evaluación continuada, considerando una intromisión injustificable la participación de personal ajeno al centro en el proceso de evaluación así como un desmerecimiento hacia su capacidad docente.



Veamos. Debemos huir de susceptibilidades heridas que no tienen otra finalidad que criticar una decisión gubernamental para justificar una capacidad docente que nadie cuestiona. No podemos ignorar que la educación en España es un desastre, que muchos chicos/as abandonan la ESO sin concluirla o la finalizan con un nivel educativo que deja mucho que desear. Y esto lo dicen todos los informes que a nivel internacional se han hecho en nuestro país. Estamos a la cola de Europa en fracaso y abandono escolar. ¿Será porque los estudiantes españoles son los más torpes del continente y son incapaces de asimilar las materias básicas de una formación de tipo medio? No lo creo así, aunque, evidentemente, algo falla en nuestro sistema educativo, y ese fallo se halla en todos los factores implicados: padres, alumnos y profesores, especialmente.



Llegados a este punto, debo ser crítico. Los padres, tal vez sea por su trabajo, ocupaciones o falta de preparación, poco o nada hacen por infundir en sus hijos el espíritu de trabajo, de estudio. Son padres que consienten que sus hijos, en vez de estudiar y preparar las tareas del día siguiente, se encierren en su habitación para chatear horas y horas con los "compis", en el "whatsapp", en Facebook, Twitter, Twenti, etc., o bien oír música mientras tienen algún libro abierto para disimular. ¿Así es cómo se estudia? ¿Es que los padres son tan ilusos que no se dan cuenta de la miserable pérdida de tiempo de sus hijos? ¿Cómo van a rendir en el instituto así? En cuanto a los profesores, no dudo se su capacidad profesional para impartir enseñanza, sin embargo, deberían ser más críticos consigo mismos planteándose esta pregunta: si un porcentaje medio o alto de mis alumnos suspende mi materia, ¿de quién es la mayor responsabilidad? ¿Del sistema educativo? Pues no. ¿De los chicos/as que no estudian ni se comprometen con su obligación de estudiar? Pues tampoco. Entonces, ¿qué o quién nos queda? El profesor. Y esto es así, porque si en una clase suspende un alto número de alumnos quien ha suspendido realmente es el profesor por no haber sabido llegar a sus pupilos.



¿Se comprende ahora por qué en la nueva ley educativa se introducen evaluaciones externas al centro para comprobar el rendimiento escolar de los alumnos? Un buen profesional de la docencia debería estar muy tranquilo de que alguien ajeno comprobara el nivel de preparación de sus pupilos. Incluso, sería un enorme orgullo demostrar a los evaluadores que los chicos/as están bien preparados. ¿Por qué se molestan, entonces? Porque dicen que con estas pruebas de evaluación se podrán sentir "examinados" ellos ¡Pues, naturalmente que sí! Como profesionales en la docencia deberían sentirse muy satisfechos, o muy avergonzados, según los casos, con los resultados globales de las evaluaciones de sus alumnos. Lo sensato, lo responsable y consecuente es aceptar los resultados obtenidos, no arremeter contra el sistema por permitir que alguien ajeno a la clase y al centro nos felicite o nos saque los colores.

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13/03/2013